lunes, 26 de marzo de 2012

El desafío de nuestra era



Muchos países del mundo están dejando de lado los valores, priorizan otros conceptos vacíos alejados de los principios que los están llevando a la decadencia moral. Combatir esa dramática tendencia es el reto del momento actual y del futuro.
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”, 2 Timoteo 3:2-5.
 En su obra “¿Cómo debemos entonces vivir?”, el filósofo suizo-americano Francis Schaeffer1, explicando el fluir de la historia y la cultura como manando de los pensamientos de las personas, de una ma­nera simple pero contundente afirma: La gen­te tiene presuposiciones, y ellos vivirán más consistentemente sobre la base de estas pre­suposiciones de lo que ellos mismos puedan darse cuenta (….) Sus presuposiciones pro­veerán también, la base para sus valores y por tanto la base para sus decisiones (….) enton­ces, habiendo pensado, una persona llevará a cabo acciones en el mundo exterior y de esta manera lo influenciará.
 Este pensamiento, que se puede sintetizar en la oración Ideas tienen consecuencias, escri­to y publicado por primera vez en 1976 a pro­pósito de los ciclos de apogeo y decadencia ob­servables en la historia y cultura occidentales, empezando por Roma, lleva fácilmente a una conclusión a priori: El flujo de “ciclos” no ha terminado, obviamente, y estamos presencian­do en nuestro tiempo una carencia de entendi­miento acerca de un tema clave afectando paí­ses y personas, al punto que estas expresan su sufrimiento ocupando por días enteros plazas y calles de capitales antes orgullosas: La fal­ta de conexión, cada vez mayor, cada vez más frustrante, entre la noción de moral, el compor­tamiento ético coherente y lo que se hace y se logra en esferas clave de las sociedades, tales como la política y la economía.
 Señal clara de esta desconexión entre resul­tados políticos y económicos y sus nociones morales causales se puede observar a un nivel internacional y en especial con una nación til­dada hasta hace poco por la ciencia de “caso atípico de país moderno pero no seculariza­do”2; es decir, asombrosamente progresista y, sin embargo, “extrañamente religioso”, los Estados Unidos.
 En este momento, hay en ese país dos movimientos los cuales han surgido como protesta ante la continuada crisis econó­mica. Uno de ellos, el Tea Party Movement, de vertiente republicana, patroniza no solo cam­bios en el campo económico, sino el retorno a los principios de sus llamados Padres Funda­dores. Son tildados de fanáticos y hasta de pa­yasos (algunos de ellos usan vestimentas a la usanza de los colonos, para reforzar la evoca­ción a un pasado fundado en la Biblia), y vistos por quienes no conocen las raíces de esa na­ción, la cual empezó con principios únicos en las Américas, tales como “el derecho a la bús­queda de la felicidad”3, el sistema de gobierno federal, no centralista, la propiedad general, el establecimiento expandido de colonos, quienes originaron polos de desarrollo -al revés de los latifundios latinoamericanos y capitales centra­listas que funcionaban como enclaves para sa­car fuera la riqueza- como un tanto excéntricos y fuera de época, por sus ambiciones de remo­ralizar los Estados Unidos.
 El otro movimiento, el OWS, “Ocupa Wall Street” reclama justicia económica y deplora la corrupción de los grupos de poder económico que explotan y victimizan a millones, pero ¿en­tienden en realidad, que ellos mismos han sido parte de esa corrupción, al haber gozado de largos y dorados años de consumismo sin fre­no? Solo la explosión de su burbuja hipotecaria los hizo despertar a la realidad, los resultados del hedonismo y el materialismo a lo “credit card” sin límites.
Las estadísticas señalan que los EE.UU. no son tan atípicos ni tan pretendidamente no-seculares como hasta hace unos 15 años. El Ín­dice de Percepción de Corrupción por países4, el cual agrupa países en tres categorías, desde los “menos corruptos”, pasando por “corrup­tos”, a “más corruptos” (casi siempre países occidentales de raíz protestante). Hasta 1995, según señala Darrow Miller acerca de su pro­pia nación, los EE.UU. se colocaban en el gru­po de los “menos corruptos”, en el puesto 15, con mayormente países de Europa Nórdica a la cabeza. Actualmente los EE.UU. ocupan el puesto 24, habiendo perdido 9 posiciones, con el peligro de ver, ante el aumento de la corrup­ción, su paso al segundo grupo de “corruptos”, algo impensable hace solo 20 años. Y ambos movimientos antes mencionados –uno con una idea de “corrupción” mucho más ligada a su abandono de principios históricos más que la del otro- luchan dramáticamente por hacer en­tender a los norteamericanos que a su crisis po­lítica y económica se le pueden seguir las hue­llas hasta la pérdida de valores –bíblicos- en su sociedad. Recordemos incluso que el escanda­loso caso Enron, el cual, con su bancarrota afec­tó no solo a los accionistas y empleados, sino todo el sistema financiero norteamericano, fue perpetrado por su propio director, Ken Lay, asumido “cristiano” en su propio país.
 Podemos citar muchos más ejemplos de desconexión moral en esta misma nación, pero pasemos a algo que está sucediendo en prácticamente todo el mundo, y con mucho énfasis en países latinoamericanos ambiciosos por “emerger” de la pobreza. En casi todos se percibe que, en sus cuadros políticos, antes que ideólogos, o como era en los años 60, aboga­dos, se da preferencia el día de hoy a los eco­nomistas; del mismo modo, cuando se trata de educación, la malla curricular de las universi­dades en todo el mundo, y también en las la­tinoamericanas, está enfatizando claramente la formación de “gestores públicos”, antes que gobernantes con una ideología bien definida.
 En las leyes de partidos políticos de algu­nos países, ni siquiera es importante establecer una ideología definida y comprobada basada en principios y valores identificables con la fe cristiana. Por lo mismo, se otorgan po­siciones docentes a personas “con experiencia en gestión pública”, muy inclinados a ver en el Estado la panacea para todas las esferas, y no a catedráticos entendidos en filosofía, ideología, ni aún con vocación docente. Aunque los resul­tados desastrosos del inmoral Estado paterna­lista de Bienestar de Europa deberían hacernos ver que una aumentada “gestión pública” no es la solución, la fórmula “economicismo-esta­tismo” no ha cesado de obsesionar las mentes de la actual generación política internacional. La idea de insertar una educación basada en valores y reconectada a su Fuente, es decir a Dios, no solo no está contemplada, está prác­ticamente barrida de las aulas universitarias, no importa que la mayoría de nombres de es­tas universidades empiece con “San...” La sola mención, por un político o un catedrático, de valores cristianos, generará inmediata descon­fianza de grandes sectores de sus audiencias. Si tan solo observamos que a muchos grandes pensadores cristianos de este tiempo en una nación como EE.UU. no se les da posiciones de catedrático en grandes universidades famosas tendremos una realidad contundente y trágica.
 No son la pobreza, ni la ecología los gran­des desafíos de nuestra época. El gran desafío es no traicionarnos a nosotros mismos sabien­do que la moral es en realidad una manera de inteligencia. Es para el padre de familia quien se ve ante la disyuntiva de enviar a su hijo a una “gran universidad”, en vez de enviar­lo a una institución cristiana, porque la gran universidad asegurará su estatus económico y social, un puesto en el BID, o en el World Bank. No importa si lo que allí aprenda no está funcionando; para el político que no puede decidirse a sacar de su discurso al fracasado y autoritario Estado-dios, para el maestro quien entiende cómo la desintegración de la familia, el homosexualismo y la inclinación a la ganan­cia instantánea afectarán al Estado, a la econo­mía, y toda esfera en menos que el largo plazo, en menos que el de una generación, y no echa abajo el sílabo de “pluralismo ideológico y to­lerancia” desde la primera sesión.
 “Porque cuál es su pensamiento, tal es él”. Que en el fluir de la historia y la cultura actua­les podamos ver a la Verdad, fluyendo como lo que el hombre realmente piensa, reconectada a todo lo que el hombre hace... cuando sucede se dicen grandes cosas de las naciones.

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