Muchos países del mundo están dejando de lado los valores, priorizan otros conceptos vacíos alejados de los principios que los están llevando a la decadencia moral. Combatir esa dramática tendencia es el reto del momento actual y del futuro.
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”, 2 Timoteo 3:2-5.
En su obra “¿Cómo debemos entonces vivir?”, el filósofo suizo-americano Francis Schaeffer1, explicando el fluir de la historia y la cultura como manando de los pensamientos de las personas, de una manera simple pero contundente afirma: La gente tiene presuposiciones, y ellos vivirán más consistentemente sobre la base de estas presuposiciones de lo que ellos mismos puedan darse cuenta (….) Sus presuposiciones proveerán también, la base para sus valores y por tanto la base para sus decisiones (….) entonces, habiendo pensado, una persona llevará a cabo acciones en el mundo exterior y de esta manera lo influenciará.
Este pensamiento, que se puede sintetizar en la oración Ideas tienen consecuencias, escrito y publicado por primera vez en 1976 a propósito de los ciclos de apogeo y decadencia observables en la historia y cultura occidentales, empezando por Roma, lleva fácilmente a una conclusión a priori: El flujo de “ciclos” no ha terminado, obviamente, y estamos presenciando en nuestro tiempo una carencia de entendimiento acerca de un tema clave afectando países y personas, al punto que estas expresan su sufrimiento ocupando por días enteros plazas y calles de capitales antes orgullosas: La falta de conexión, cada vez mayor, cada vez más frustrante, entre la noción de moral, el comportamiento ético coherente y lo que se hace y se logra en esferas clave de las sociedades, tales como la política y la economía.
Señal clara de esta desconexión entre resultados políticos y económicos y sus nociones morales causales se puede observar a un nivel internacional y en especial con una nación tildada hasta hace poco por la ciencia de “caso atípico de país moderno pero no secularizado”2; es decir, asombrosamente progresista y, sin embargo, “extrañamente religioso”, los Estados Unidos.
En este momento, hay en ese país dos movimientos los cuales han surgido como protesta ante la continuada crisis económica. Uno de ellos, el Tea Party Movement, de vertiente republicana, patroniza no solo cambios en el campo económico, sino el retorno a los principios de sus llamados Padres Fundadores. Son tildados de fanáticos y hasta de payasos (algunos de ellos usan vestimentas a la usanza de los colonos, para reforzar la evocación a un pasado fundado en la Biblia), y vistos por quienes no conocen las raíces de esa nación, la cual empezó con principios únicos en las Américas, tales como “el derecho a la búsqueda de la felicidad”3, el sistema de gobierno federal, no centralista, la propiedad general, el establecimiento expandido de colonos, quienes originaron polos de desarrollo -al revés de los latifundios latinoamericanos y capitales centralistas que funcionaban como enclaves para sacar fuera la riqueza- como un tanto excéntricos y fuera de época, por sus ambiciones de remoralizar los Estados Unidos.
El otro movimiento, el OWS, “Ocupa Wall Street” reclama justicia económica y deplora la corrupción de los grupos de poder económico que explotan y victimizan a millones, pero ¿entienden en realidad, que ellos mismos han sido parte de esa corrupción, al haber gozado de largos y dorados años de consumismo sin freno? Solo la explosión de su burbuja hipotecaria los hizo despertar a la realidad, los resultados del hedonismo y el materialismo a lo “credit card” sin límites.
Las estadísticas señalan que los EE.UU. no son tan atípicos ni tan pretendidamente no-seculares como hasta hace unos 15 años. El Índice de Percepción de Corrupción por países4, el cual agrupa países en tres categorías, desde los “menos corruptos”, pasando por “corruptos”, a “más corruptos” (casi siempre países occidentales de raíz protestante). Hasta 1995, según señala Darrow Miller acerca de su propia nación, los EE.UU. se colocaban en el grupo de los “menos corruptos”, en el puesto 15, con mayormente países de Europa Nórdica a la cabeza. Actualmente los EE.UU. ocupan el puesto 24, habiendo perdido 9 posiciones, con el peligro de ver, ante el aumento de la corrupción, su paso al segundo grupo de “corruptos”, algo impensable hace solo 20 años. Y ambos movimientos antes mencionados –uno con una idea de “corrupción” mucho más ligada a su abandono de principios históricos más que la del otro- luchan dramáticamente por hacer entender a los norteamericanos que a su crisis política y económica se le pueden seguir las huellas hasta la pérdida de valores –bíblicos- en su sociedad. Recordemos incluso que el escandaloso caso Enron, el cual, con su bancarrota afectó no solo a los accionistas y empleados, sino todo el sistema financiero norteamericano, fue perpetrado por su propio director, Ken Lay, asumido “cristiano” en su propio país.
Podemos citar muchos más ejemplos de desconexión moral en esta misma nación, pero pasemos a algo que está sucediendo en prácticamente todo el mundo, y con mucho énfasis en países latinoamericanos ambiciosos por “emerger” de la pobreza. En casi todos se percibe que, en sus cuadros políticos, antes que ideólogos, o como era en los años 60, abogados, se da preferencia el día de hoy a los economistas; del mismo modo, cuando se trata de educación, la malla curricular de las universidades en todo el mundo, y también en las latinoamericanas, está enfatizando claramente la formación de “gestores públicos”, antes que gobernantes con una ideología bien definida.
En las leyes de partidos políticos de algunos países, ni siquiera es importante establecer una ideología definida y comprobada basada en principios y valores identificables con la fe cristiana. Por lo mismo, se otorgan posiciones docentes a personas “con experiencia en gestión pública”, muy inclinados a ver en el Estado la panacea para todas las esferas, y no a catedráticos entendidos en filosofía, ideología, ni aún con vocación docente. Aunque los resultados desastrosos del inmoral Estado paternalista de Bienestar de Europa deberían hacernos ver que una aumentada “gestión pública” no es la solución, la fórmula “economicismo-estatismo” no ha cesado de obsesionar las mentes de la actual generación política internacional. La idea de insertar una educación basada en valores y reconectada a su Fuente, es decir a Dios, no solo no está contemplada, está prácticamente barrida de las aulas universitarias, no importa que la mayoría de nombres de estas universidades empiece con “San...” La sola mención, por un político o un catedrático, de valores cristianos, generará inmediata desconfianza de grandes sectores de sus audiencias. Si tan solo observamos que a muchos grandes pensadores cristianos de este tiempo en una nación como EE.UU. no se les da posiciones de catedrático en grandes universidades famosas tendremos una realidad contundente y trágica.
No son la pobreza, ni la ecología los grandes desafíos de nuestra época. El gran desafío es no traicionarnos a nosotros mismos sabiendo que la moral es en realidad una manera de inteligencia. Es para el padre de familia quien se ve ante la disyuntiva de enviar a su hijo a una “gran universidad”, en vez de enviarlo a una institución cristiana, porque la gran universidad asegurará su estatus económico y social, un puesto en el BID, o en el World Bank. No importa si lo que allí aprenda no está funcionando; para el político que no puede decidirse a sacar de su discurso al fracasado y autoritario Estado-dios, para el maestro quien entiende cómo la desintegración de la familia, el homosexualismo y la inclinación a la ganancia instantánea afectarán al Estado, a la economía, y toda esfera en menos que el largo plazo, en menos que el de una generación, y no echa abajo el sílabo de “pluralismo ideológico y tolerancia” desde la primera sesión.
“Porque cuál es su pensamiento, tal es él”. Que en el fluir de la historia y la cultura actuales podamos ver a la Verdad, fluyendo como lo que el hombre realmente piensa, reconectada a todo lo que el hombre hace... cuando sucede se dicen grandes cosas de las naciones.
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