La ONU denuncia el fracaso de las políticas alimentarias centrándose en estos problemas, que afectan a 1.300 millones de personas.
BRUSELAS
Vivimos en un sistema de desequilibrio global que ha producido entornos en los que la malnutrición no sólo depende de no tener comida (el hambre), sino también de una mala calidad de la alimentación (obesidad y sobrepeso). De hecho, l a obesidad y el sobrepeso ya causan tantos problemas como el hambre en el mundo.
Este es el enfoque del último informe realizado por la ONU sobre políticas alimentarias, que revela datos contundentes acerca de la obesidad y el sobrepeso: un problema por exceso que ya padecen unas 1.300 millones de personas a nivel mundial. Cada año más de tres millones de personas fallecen a causa de estos males y sus consecuencias.
Estas cifras equipararían la importancia de los malos hábitos alimentarios por exceso con la del hambre, una aproximación bastante novedosa en el análisis de los desequilibrios alimentarios. El documento concluye que “el sistema es una receta para vidas poco sanas”, culpando de ello tanto a la industria como a los Gobiernos.
A las empresas les reprocha que hayan reorientado su valor añadido hacia la creación de alimentos ricos en grasas, sal y azúcar. De esta forma, han quebrado la base tradicional de la alimentación local, lo que, a menudo, impide garantizar salarios dignos a los agricultores.
Para los Gobiernos, las quejas son aún mayores: “Los Estados están desatendiendo la responsabilidad que tienen de garantizar el derecho a una alimentación adecuada en el marco de las leyes internacionales de derechos humanos”. En concreto, el informe considera negativas las subvenciones agrícolas sobre determinadas materias primas (por ejemplo, el maíz y la soja) que sirven como base para esos alimentos poco saludables y deplora la falta de límites al mercado publicitario, que hace muy atractivas estas dietas para los niños.
GRAVES PROBLEMAS SANITARIOS
El análisis viene precedido de un rosario de cifras que contextualizan el problema. Tras constatar que una de cada siete personas pasa hambre en el mundo, el autor -relator especial de la ONU para la alimentación, Olivier de Schutter- añade que, pese a todo, el 65% de la población vive hoy en países donde la obesidad “mata a más personas que la falta de peso”. Porque las consecuencias derivadas de esta alimentación deficiente han dejado de ser un problema exclusivo de los países ricos para extenderse con rapidez a los países en vías de desarrollo.
Para alertar sobre la importancia de este fenómeno, el relator apela a la perspectiva económica: un aumento del 10% en las enfermedades ligadas a las dietas poco saludables detraen un 0,5% del producto interior bruto (PIB) mundial, especialmente por los mayores costes exigidos a los sistemas sanitarios.
La obesidad es “una de las consecuencias amargas del progreso”, afirma Susana Monereo, jefa de Endocrinología del Hospital de Getafe en una entrevista a ABC. Monereo define el “estilo de vida obesógeno” como “la suma de todos los pequeños factores que han ido cambiado a lo largo del tiempo y que nos han hecho gastar menos calorías de las que ingresamos”. A pesar de que se conocen sus causas y se sabe cómo prevenirlo “la obesidad probablemente es la enfermedad más compleja que existe porque todo influye: de ahí que sea tan difícil de estudiar y de solucionar” ; dice Monereo.
UN “ÉXITO PRODUCTIVO” POCO SALUDABLE
El informe analiza con una perspectiva muy crítica lo que en las últimas décadas se ha considerado un éxito de las políticas agrarias. La producción ha aumentado mucho en los últimos años y eso ha permitido que la población de países en vías de desarrollo eleve la cantidad de calorías que ingiere al día, pero ese aporte energético ha procedido sobre todo de nutrientes como la carne, el azúcar y el aceite en lugar de provenir de otras sustancias más aconsejables como las legumbres, la fruta y las verduras. Y esto ha dilapidado algunos sistemas de producción local que no han podido competir con los enormes subsidios que reciben las materias primas menos saludables.
Expuesto el problema, el autor se lanza a proponer varias soluciones, aunque es consciente de que harán falta muchos esfuerzos para que Gobiernos y grandes empresas sitúen esas recomendaciones entre sus prioridades. En primer lugar, De Schutter considera “mal orientadas” las subvenciones agrícolas porque incentivan dietas ricas en alimentos muy elaborados.
Además, subraya la importancia de adaptar a las legislaciones nacionales las recomendaciones sobre la comercialización de leches que sustituyen a la materna, de forma que quede clara la ventaja de la lactancia natural. Eso implica que las empresas “se abstengan de promocionar esas leches de sustitución”.
GRAVAR EL CONSUMO
También anima el texto a ser más beligerantes con la exposición de los niños a la publicidad sobre refrescos y bebidas azucaradas. Más allá de incidir en los anuncios, la ONU apuesta por gravar su consumo y utilizar los recursos que se obtengan para promover el acceso a frutas y verduras y concienciar sobre los beneficios de consumirlas.
En una entrevista concedida a El País, el relator de la ONU De Schutter alentaba que se impongan medidas económicas contra los productos de comida rápida y consumo poco saludable. “Se acaban de adoptar medidas en Dinamarca, Hungría, Francia, pero aún son difíciles de valorar. Lo que sabemos es que si sube el 1% el precio de los refrescos, el consumo desciende un 10%. Es escandaloso que en México sea más accesible la Coca-cola que el agua potable. Se puede pensar que al final es gravar a los más pobres, pero el dinero que se obtenga debería utilizarse para hacerles más accesible la comida sana”, explica el experto.
En el ámbito de la producción, las recomendaciones se centran en mejorar el apoyo a los agricultores a través de incentivos fiscales y “asegurar una infraestructura adecuada que conecte a los productores locales con los consumidores urbanos”. En ese terreno, el documento insta a las compañías a garantizar “que los trabajadores reciben salarios dignos y que los productores perciben precios justos por sus productos”. De esa forma se preservan las cadenas alimentarias locales, apunta finalmente el comunicado.
Este es el enfoque del último informe realizado por la ONU sobre políticas alimentarias, que revela datos contundentes acerca de la obesidad y el sobrepeso: un problema por exceso que ya padecen unas 1.300 millones de personas a nivel mundial. Cada año más de tres millones de personas fallecen a causa de estos males y sus consecuencias.
Estas cifras equipararían la importancia de los malos hábitos alimentarios por exceso con la del hambre, una aproximación bastante novedosa en el análisis de los desequilibrios alimentarios. El documento concluye que “el sistema es una receta para vidas poco sanas”, culpando de ello tanto a la industria como a los Gobiernos.
A las empresas les reprocha que hayan reorientado su valor añadido hacia la creación de alimentos ricos en grasas, sal y azúcar. De esta forma, han quebrado la base tradicional de la alimentación local, lo que, a menudo, impide garantizar salarios dignos a los agricultores.
Para los Gobiernos, las quejas son aún mayores: “Los Estados están desatendiendo la responsabilidad que tienen de garantizar el derecho a una alimentación adecuada en el marco de las leyes internacionales de derechos humanos”. En concreto, el informe considera negativas las subvenciones agrícolas sobre determinadas materias primas (por ejemplo, el maíz y la soja) que sirven como base para esos alimentos poco saludables y deplora la falta de límites al mercado publicitario, que hace muy atractivas estas dietas para los niños.
GRAVES PROBLEMAS SANITARIOS
El análisis viene precedido de un rosario de cifras que contextualizan el problema. Tras constatar que una de cada siete personas pasa hambre en el mundo, el autor -relator especial de la ONU para la alimentación, Olivier de Schutter- añade que, pese a todo, el 65% de la población vive hoy en países donde la obesidad “mata a más personas que la falta de peso”. Porque las consecuencias derivadas de esta alimentación deficiente han dejado de ser un problema exclusivo de los países ricos para extenderse con rapidez a los países en vías de desarrollo.
Para alertar sobre la importancia de este fenómeno, el relator apela a la perspectiva económica: un aumento del 10% en las enfermedades ligadas a las dietas poco saludables detraen un 0,5% del producto interior bruto (PIB) mundial, especialmente por los mayores costes exigidos a los sistemas sanitarios.
La obesidad es “una de las consecuencias amargas del progreso”, afirma Susana Monereo, jefa de Endocrinología del Hospital de Getafe en una entrevista a ABC. Monereo define el “estilo de vida obesógeno” como “la suma de todos los pequeños factores que han ido cambiado a lo largo del tiempo y que nos han hecho gastar menos calorías de las que ingresamos”. A pesar de que se conocen sus causas y se sabe cómo prevenirlo “la obesidad probablemente es la enfermedad más compleja que existe porque todo influye: de ahí que sea tan difícil de estudiar y de solucionar” ; dice Monereo.
UN “ÉXITO PRODUCTIVO” POCO SALUDABLE
El informe analiza con una perspectiva muy crítica lo que en las últimas décadas se ha considerado un éxito de las políticas agrarias. La producción ha aumentado mucho en los últimos años y eso ha permitido que la población de países en vías de desarrollo eleve la cantidad de calorías que ingiere al día, pero ese aporte energético ha procedido sobre todo de nutrientes como la carne, el azúcar y el aceite en lugar de provenir de otras sustancias más aconsejables como las legumbres, la fruta y las verduras. Y esto ha dilapidado algunos sistemas de producción local que no han podido competir con los enormes subsidios que reciben las materias primas menos saludables.
Expuesto el problema, el autor se lanza a proponer varias soluciones, aunque es consciente de que harán falta muchos esfuerzos para que Gobiernos y grandes empresas sitúen esas recomendaciones entre sus prioridades. En primer lugar, De Schutter considera “mal orientadas” las subvenciones agrícolas porque incentivan dietas ricas en alimentos muy elaborados.
Además, subraya la importancia de adaptar a las legislaciones nacionales las recomendaciones sobre la comercialización de leches que sustituyen a la materna, de forma que quede clara la ventaja de la lactancia natural. Eso implica que las empresas “se abstengan de promocionar esas leches de sustitución”.
GRAVAR EL CONSUMO
También anima el texto a ser más beligerantes con la exposición de los niños a la publicidad sobre refrescos y bebidas azucaradas. Más allá de incidir en los anuncios, la ONU apuesta por gravar su consumo y utilizar los recursos que se obtengan para promover el acceso a frutas y verduras y concienciar sobre los beneficios de consumirlas.
En una entrevista concedida a El País, el relator de la ONU De Schutter alentaba que se impongan medidas económicas contra los productos de comida rápida y consumo poco saludable. “Se acaban de adoptar medidas en Dinamarca, Hungría, Francia, pero aún son difíciles de valorar. Lo que sabemos es que si sube el 1% el precio de los refrescos, el consumo desciende un 10%. Es escandaloso que en México sea más accesible la Coca-cola que el agua potable. Se puede pensar que al final es gravar a los más pobres, pero el dinero que se obtenga debería utilizarse para hacerles más accesible la comida sana”, explica el experto.
En el ámbito de la producción, las recomendaciones se centran en mejorar el apoyo a los agricultores a través de incentivos fiscales y “asegurar una infraestructura adecuada que conecte a los productores locales con los consumidores urbanos”. En ese terreno, el documento insta a las compañías a garantizar “que los trabajadores reciben salarios dignos y que los productores perciben precios justos por sus productos”. De esa forma se preservan las cadenas alimentarias locales, apunta finalmente el comunicado.
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