A través de la trayectoria vital y en esta publicación hemos constatado una y otra vez lo difícil que es para la generalidad de los mortales discrepar, debatir, sin recurrir a la destrucción innecesaria. .
Y ya si hablamos de poder encontrar a quien es capaz de discutir construyendo (puentes, razonamientos…) ya es para nota.
No nos referimos a personas evidentemente malintencionadas, expertos trolls , o quienes manifiestan una fijación obsesiva contra algo o alguien de manera compulsa. No. Nos referimos a lo que podríamos llamar personas en situación de normalidad.
Dos ejemplos simples. En primer lugar en el uso de la palabra. Imaginemos el caso de alguien que opina o defiende lo que -a juicio de quien le critica- no se corresponde con la realidad . Automáticamente es un MENTIROSO, con todas las letras. Es decir, alguien que conociendo la verdad voluntariamente quiere engañar a los demás. Ninguna opción a ser alguien sinceramente equivocado, o con datos o información erróneos. O confundido en su análisis de las cosas.
En segundo lugar, otro ejemplo, en este caso del uso de la Palabra. Se trata de una persona que no es aparentemente coherente en una idea o actuación con lo que afirma pensar o creer . Ignorando que todo ser humano es (somos) incoherente(s) por principio (unos más y otros menos, es cierto), se pasa automáticamente al apelativo de FARISEO. Sin opción a otras posibilidades, desde la equivocación o el error puntual hasta la posibilidad de una persona extremadamente coherente con una parcela de incoherencia.
En estos dos ejemplos mencionados sería más sencillo, respetuoso, objetivo y constructivo hablar de quien falta a la verdad, o es incoherente con sus ideas (dicho por cada cual en la forma que mejor le parezca). Cierto que Jesús utilizó términos fuertes, pero lo hizo con los poderosos, en casos de gravedad o importancia, y no fue ni mucho menos la constante en su vida.
Lo peor de esta forma de actuar es que no transmite todo lo positivo que tiene en potencia el ser humano, especialmente aquellos que llevan en su corazón a Jesús. Y es necesario que abunde la buena levadura de la bondad que -¡sin negar la verdad y la justicia!- leude la masa, que cree un ambiente distinto a los que son tan habituales en política, medios de comunicación y –por desgracia- en la familia.
No es fácil, pero debería ser un ejercicio voluntario –y seguro que provechoso- utilizar la palabra y la Palabra para edificar . Sin dejar de decir lo que pensamos. Sin dejar de defender lo que creemos. Pero desde el ámbito y la perspectiva del respeto, la comprensión y la búsqueda de construir.
Esperamos haber podido hacerlo nosotros en este Editorial, aunque somos conscientes de que no siempre lo logramos, pero en ello estamos queridos lectores y lectoras.
Y ya si hablamos de poder encontrar a quien es capaz de discutir construyendo (puentes, razonamientos…) ya es para nota.
No nos referimos a personas evidentemente malintencionadas, expertos trolls , o quienes manifiestan una fijación obsesiva contra algo o alguien de manera compulsa. No. Nos referimos a lo que podríamos llamar personas en situación de normalidad.
Dos ejemplos simples. En primer lugar en el uso de la palabra. Imaginemos el caso de alguien que opina o defiende lo que -a juicio de quien le critica- no se corresponde con la realidad . Automáticamente es un MENTIROSO, con todas las letras. Es decir, alguien que conociendo la verdad voluntariamente quiere engañar a los demás. Ninguna opción a ser alguien sinceramente equivocado, o con datos o información erróneos. O confundido en su análisis de las cosas.
En segundo lugar, otro ejemplo, en este caso del uso de la Palabra. Se trata de una persona que no es aparentemente coherente en una idea o actuación con lo que afirma pensar o creer . Ignorando que todo ser humano es (somos) incoherente(s) por principio (unos más y otros menos, es cierto), se pasa automáticamente al apelativo de FARISEO. Sin opción a otras posibilidades, desde la equivocación o el error puntual hasta la posibilidad de una persona extremadamente coherente con una parcela de incoherencia.
En estos dos ejemplos mencionados sería más sencillo, respetuoso, objetivo y constructivo hablar de quien falta a la verdad, o es incoherente con sus ideas (dicho por cada cual en la forma que mejor le parezca). Cierto que Jesús utilizó términos fuertes, pero lo hizo con los poderosos, en casos de gravedad o importancia, y no fue ni mucho menos la constante en su vida.
Lo peor de esta forma de actuar es que no transmite todo lo positivo que tiene en potencia el ser humano, especialmente aquellos que llevan en su corazón a Jesús. Y es necesario que abunde la buena levadura de la bondad que -¡sin negar la verdad y la justicia!- leude la masa, que cree un ambiente distinto a los que son tan habituales en política, medios de comunicación y –por desgracia- en la familia.
No es fácil, pero debería ser un ejercicio voluntario –y seguro que provechoso- utilizar la palabra y la Palabra para edificar . Sin dejar de decir lo que pensamos. Sin dejar de defender lo que creemos. Pero desde el ámbito y la perspectiva del respeto, la comprensión y la búsqueda de construir.
Esperamos haber podido hacerlo nosotros en este Editorial, aunque somos conscientes de que no siempre lo logramos, pero en ello estamos queridos lectores y lectoras.
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