Hasta Hugo Chávez recientemente habló de él como su curandero. A la lista se añadirían Testigos de Jehová, cristianos (protestantes, católicos, ortodoxos) y hasta el islam, la magia y una lista posiblemente interminable.
Por ello la clave es de qué Cristo hablamos. Y el Cristo del que habló el Papa es sin duda el del catolicismo, que es el Cristo de los Evangelios que se refleja en el Credo. Ambos, Evangelios y Credo, comunes a todos los cristianos.
Sin embargo, hay varios aspectos en las frases del Papa que hacen ver que ese Jesús que expresa en sus palabras es un “Jesús y…”. Una minucia, pero a la vez un añadido que convierte el H2O del agua en el H2O2 del agua oxigenada , que también es agua pero tiene sus diferencias.
El Papa habló de Cristo, sí, pero “de Cristo y la Iglesia (católica)”. Es la Iglesia católico-romana quien hace de intermediaria entre Dios y el ser humano. Perdonando ella los pecados (confesionarios, penitencias, otros mediadores también a través de la ICR), convirtiendo el pan y el vino en la verdadera sangre y cuerpo de Cristo para la comunión de los fieles; y siendo en definitiva el seguir a Jesús una vinculación a la estructura de la Iglesia católica (un llamamiento específico del Papa a los jóvenes). En definitiva, tienen la “franquicia” de la fe en Jesús y además la “fórmula” y normas de su aplicación
Todo totalmente correcto dentro del catolicismo, pero a la vez contrario a la esencia de los principios que llevaron a la Reforma protestante a impulsar un vuelco para volver a lo que entendemos como el cristianismo genuino, “sin y”. Seguir a Jesús es algo personal, que lleva a una experiencia individual de perdón completo, a una recepción total de los beneficios de su vida y obra a quien como un regalo inmerecido los recibe, sin más mediadores ni medios. Y todo ello lleva a un seguimiento íntimo de Jesús. Y como resultado, se vive esa relación personal con Jesús en comunidad, junto con quienes han tenido la misma experiencia y convicción.
Es la importancia del orden, el tren y los vagones. Y ese orden lo establece Dios en su propia Palabra revelada, sin magisterios ni tradiciones que estén por encima de ella. Cada cual es responsable del derecho y deber de acercarse a esa Palabra revelada, y decidir en conciencia. Sea católico, protestante, de otra religión, agnóstico o indiferente. Y de esa decisión depende el presente y eternidad de cada ser humano.
No es un afán de polémica. Ni de odio anticatólico. Sólo poner los puntos sobre las íes (¿ýes?), para que las cosas queden claras.
Porque como dice Leonardo de Chirico, parece que por las coincidencias (que las hay) existe una corriente más o menos consciente en sectores dentro del catolicismo, del protestantismo y de la sociedad que tiende convertir al catolicismo en una denominación evangélica más y a la inversa. Olvidando las diferencias. En ocasiones tan abismales como las que hemos reflejado en este Editorial.
Con esto terminamos nuestra valoración de la visita del Papa a este Madrid del año 2011. Paz y bien a todos.
Por ello la clave es de qué Cristo hablamos. Y el Cristo del que habló el Papa es sin duda el del catolicismo, que es el Cristo de los Evangelios que se refleja en el Credo. Ambos, Evangelios y Credo, comunes a todos los cristianos.
Sin embargo, hay varios aspectos en las frases del Papa que hacen ver que ese Jesús que expresa en sus palabras es un “Jesús y…”. Una minucia, pero a la vez un añadido que convierte el H2O del agua en el H2O2 del agua oxigenada , que también es agua pero tiene sus diferencias.
El Papa habló de Cristo, sí, pero “de Cristo y la Iglesia (católica)”. Es la Iglesia católico-romana quien hace de intermediaria entre Dios y el ser humano. Perdonando ella los pecados (confesionarios, penitencias, otros mediadores también a través de la ICR), convirtiendo el pan y el vino en la verdadera sangre y cuerpo de Cristo para la comunión de los fieles; y siendo en definitiva el seguir a Jesús una vinculación a la estructura de la Iglesia católica (un llamamiento específico del Papa a los jóvenes). En definitiva, tienen la “franquicia” de la fe en Jesús y además la “fórmula” y normas de su aplicación
Todo totalmente correcto dentro del catolicismo, pero a la vez contrario a la esencia de los principios que llevaron a la Reforma protestante a impulsar un vuelco para volver a lo que entendemos como el cristianismo genuino, “sin y”. Seguir a Jesús es algo personal, que lleva a una experiencia individual de perdón completo, a una recepción total de los beneficios de su vida y obra a quien como un regalo inmerecido los recibe, sin más mediadores ni medios. Y todo ello lleva a un seguimiento íntimo de Jesús. Y como resultado, se vive esa relación personal con Jesús en comunidad, junto con quienes han tenido la misma experiencia y convicción.
Es la importancia del orden, el tren y los vagones. Y ese orden lo establece Dios en su propia Palabra revelada, sin magisterios ni tradiciones que estén por encima de ella. Cada cual es responsable del derecho y deber de acercarse a esa Palabra revelada, y decidir en conciencia. Sea católico, protestante, de otra religión, agnóstico o indiferente. Y de esa decisión depende el presente y eternidad de cada ser humano.
No es un afán de polémica. Ni de odio anticatólico. Sólo poner los puntos sobre las íes (¿ýes?), para que las cosas queden claras.
Porque como dice Leonardo de Chirico, parece que por las coincidencias (que las hay) existe una corriente más o menos consciente en sectores dentro del catolicismo, del protestantismo y de la sociedad que tiende convertir al catolicismo en una denominación evangélica más y a la inversa. Olvidando las diferencias. En ocasiones tan abismales como las que hemos reflejado en este Editorial.
Con esto terminamos nuestra valoración de la visita del Papa a este Madrid del año 2011. Paz y bien a todos.
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