Bruce, desde muy joven, se deleitaba en leer los textos de la Biblia en griego, hebreo y latín, pero siempre estaba en su corazón el ardiente deseo de conocer a Dios personalmente. Un día le entregó su vida a Él, y comenzó a visitar una Iglesia evangélica. Olson, soñaba con convertirse en un reconocido lingüista, pero Dios tenía otros planes para él: aquel joven alto y delgado, de cabellos rubios y ojos azules, predicaría el Evangelio en la selva suramericana. A sus cortos diecinueve años, viajó a Venezuela, sin el apoyo de la “Junta de Misiones”, ya que no había sido aceptado, pero el Señor nunca lo rechazó.
-¿Has oído hablar de la tribu de los motilones?- me preguntó. Nuestra conversación fue fructífera. Descubrí entonces por qué Dios me había guiado a Suramérica. “El primer contacto que hubo entre los motilones y la civilización ocurrió cuando ellos nos atacaron con sus flechas- dijo Nieto-. Nadie ha aprendido jamás la lengua de los motilones, ni se ha acercado lo suficiente como para describir sus costumbres. Los motilones viven en una zona selvática en la frontera entre Colombia y Venezuela”, añadió. “¿Qué puedo hacer yo por un grupo de indígenas primitivos y salvajes?”, me pregunté. Pero no importaba lo que pensara, sabía que Dios quería que fuera a ellos.
El rechazo de los motilones hacia los hombres blancos se debía a que las grandes compañías petrolíferas norteamericanas estaban muy interesadas en el territorio motilón y buscaban adueñarse de su “hogar”. Olson, sin embargo, tenía otras intenciones, pero sería sumamente complicado demostrarles a los motilones que aquel hombre blanco era inofensivo para ellos. En su primer intento, llegó a la aldea de los yukos, en donde casi es asesinado.
-Señor Dios -dije-, ¿Cuánto tiempo va a continuar esto? ¿Tengo que pasar por este suplicio? - Me imaginé un futuro lleno de torturas, de incapacidad para comunicarme y de muerte. Entonces sucedió algo extraño. Fue como si me hubieran derribado de un tremendo golpe. Me pareció ver a Jesús en la cruz. Comencé a llorar. -Oh Jesús -dije asombrado y temeroso-, esto es lo que tú tuviste que soportar. ¡Nosotros debimos parecerte tan sucios como estos indígenas me parecen a mí! ¡Cuán insensato debió parecerte nuestro odio! Me quedé tendido. -Señor, te daré lo que pueda. Te daré mi fuerza, mi vida. Aguantaré cualquier cosa, toda dificultad. Moriré incluso si me permites hablarles de tu Hijo a los motilones.
Solo un año después pudo pisar territorio motilón, en donde su recibimiento sería no menos sangriento. Como ya conocía a los yukos, les preguntó si podían conducirlo, pero nadie se atrevía a arriesgar su vida. Los motilones al verlo acercarse, lo hirieron con una flecha y fue conducido hacia una aldea. Bruce se sentía débil, enfermo, con una fuerte infección y su estómago devolvía los gusanos que le daban por comida. Una noche decidió escapar, fue confundido con un guerrillero comunista y conducido a Bogotá. Sin embargo, al poco tiempo regresó. Los motilones, en esta ocasión ya no lo atacaron, sino, que, parecían divertirse observando aquel hombre blanco, su abundante vellosidad y su peculiar vestimenta. Pasó mucho tiempo hasta que aprendiera el dialecto motilón, era complicado y descubrió que era una lengua tonal. Bruchko, como lo llamaban los motilones, ya podía comunicarse con los indígenas y se preguntó cómo podía él hablarles de Jesús sin que eso afectara sus costumbres y creencias.
Sabía muchas cosas acerca de las creencias de los motilones, pero nada que yo les contara de Jesús tendría sentido para ellos. Eso era lo que hacía todo hombre blanco. Nunca se ajustaría al estilo motilón. ¿Qué sucedería si alguno entregaba su vida al Señor Jesús? Pero necesitaban a Jesús. Era obvio. ¿Cómo podía yo darles a conocer a Jesús tal como él es, independientemente de mi personalidad y mi cultura? Incliné la cabeza. El sol me quemaba el cuello. “Oh Jesús -oré-, esta gente te necesita. Revélate a ellos. Quítame de en medio y háblales en su propia lengua para que puedan saber quién eres. Oh Jesús, hazte un motilón”.
El hombre blanco de corazón motilón, aprendió a pescar, a cazar, y fue adaptándose al estilo de vida de aquellos simpáticos indígenas. Pero, en especial, se hizo amigo de un motilón llamado Bobarishora, o Bobby, como lo llamaba Olson. Eran como hermanos, y fue el primero en entregar su vida a Jesús. Su cambio fue un contundente ejemplo para los demás indígenas, pero buscar las palabras correctas que reemplazaran a las que Bruce conocía, era un arduo trabajo. Un claro ejemplo de ello, es el siguiente párrafo, en donde Bobby quiere “atar las cuerdas de su hamaca a Jesús”, o sea, quiere entregarle su vida a Jesús y dejar que él conduzca su vida.
-Bruchko -dijo-, yo quiero atar las cuerdas de mi hamaca a Jesús. ¿Cómo puedo hacerlo? No lo puedo ver ni tocar. -Has hablado a los espíritus, ¿no es cierto? -Le recordé inmediatamente. -Ah, ya entiendo -dijo. Jesús es un espíritu. Al día siguiente estaba muy risueño. -Bruchko, he atado las cuerdas de mi hamaca a Jesús. Ahora hablo una nueva lengua. No entendí lo que Bobby me quería decir. -¿Has aprendido algo de español? Se rió con una expresión clara y dulce. -No, Bruchko, hablo una nueva lengua. Entonces comprendí. Para un motilón, la lengua es la vida. Bobby gozaba de una nueva vida y una nueva forma de hablar. Su habla estaría orientada a la comunicación con Jesús. Echamos el brazo de cada uno sobre el hombro de otro. Mi pensamiento retrocedió al día en que tuve un “encuentro” con Jesús, y a la vida que fluyó en mi interior. Ahora mi hermano Bobby experimentaba a Jesús de la misma manera. Había comenzado su andar con Jesús. -¡Jesús ha resucitado de los muertos! -gritó Bobby; el sonido penetró en la selva-. Él ha recorrido nuestras sendas. Lo he encontrado.
Con la conversión de Bobarishora, muchos motilones recibieron a Jesús en su corazón. Reemplazaron sus cánticos paganos por alabanzas a Dios, empezaron a preocuparse por su prójimo, dejaron las bebidas fermentadas, empezaron a asearse y desinfectar sus aldeas. El cambio fue muy evidente, y pronto las tribus aledañas también conocieron del amor de Cristo, gracias al testimonio de los motilones. Ocurrieron muchos milagros: los enfermos eran milagrosamente curados, las epidemias se extinguían, los espíritus demoniacos que se alojan en lo profundo de la selva eran ahuyentados con los cánticos de los motilones. El mundo estaba siendo testigo de un verdadero cambio en los indígenas suramericanos, y su progreso se debía a un encuentro personal con Dios.
Con todo, el mayor milagro de que he sido testigo fue la transformación ocurrida en las vidas de los motilones. Ellos han encontrado su razón de vivir en Jesús. A raíz de esta nueva vida han rechazado el individualismo que les impedía ayudarse unos a otros. Actualmente se preocupan por los demás; se sacrifican verdaderamente. Este cambio ha hecho posible su desarrollo tanto económico como espiritual. Cuando no tenían esta actitud, sus planes siempre fracasaban. Ahora se estaban resolviendo sus problemas.
Pese al notable adelanto de los motilones, todavía existía un perenne peligro que atentaba contra su tranquilidad. Los colonos, buscaban adueñarse de las tierras motilonas, y una de las víctimas de esta inhumana guerra declarada a los indígenas, fue Bobby, quien fue cruelmente asesinado a manos de ellos. Bruchko sufrió muchísimo al enterarse de la muerte de su hermano de pacto y todo el pueblo motilón derramó lágrimas de extremo dolor por el fallecimiento de uno de sus líderes.
El círculo de motilones se inclinó y se deshizo poco a poco. Vi algo que nunca había visto entre los motilones: la gente se tapaba los ojos y lloriqueaba. Ocdabidayna se acercó a mí, intentando sonreír. Mira a todos nos ha afectado la gripe -dijo. -No -le contesté-, no es gripe lo que tenemos; no es gripe. Entonces Ocdabidayna, uno de los principales jefes, se llevó las manos a la cabeza y cayó al suelo. -Bruchko -dijo mirándome-, no soy un hombre. Soy un niño, un niño pequeño. Solo los niños lloran. Su dolor conmovió a los motilones de como nunca antes. Corrieron a la jungla para ocultar sus lágrimas unos de otros. -Bruchko -dijo Ocdabidayna-, Jesús murió por todas las tribus del mundo. Bobby es casi como él: murió por los motilones.
Bruce Olson ha dedicado más de 30 años al servicio de los motilones. En cierta ocasión fue capturado por el Ejército de Liberación Nacional, pero fue liberado nueve meses después, gracias a la insistencia de sus amigos motilones. Dios envió desde el otro extremo de América, un misionero sin preparación, pero de un gran corazón, y gracias a él, dieciocho tribus han conocido a Jesús y su amor transformador. En la actualidad, existen muchos jóvenes indígenas profesionales que trabajan en las cuarenta y cinco escuelas bilingües en la selva, en los más de cincuenta centros de salud, en cuarenta y dos centros agrícolas y en el proyecto del primer periódico indígena multilingüe. Y como mencionó en cierta entrevista un motilón llamando Arabadoyca: “Todo esto se debe a Saymaydodji-ibateradacura (Dios)”.
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