Levir Rodrigues dos Santos es una de las personas a las que más admiro. Era el padre de mi mujer, mi suegro. Lo conocí cuando apenas tenía diez años y siempre se cuidó de que me mantuviera alejado de su hija (¡sólo estoy bromeando!). Ya le había pedido a Ana que se casara conmigo, cuando aparecieron nubes muy negras sobre el horizonte: le diagnosticaron leucemia a Levir. Tenía 48 años. En los meses que sucedieron a aquel día gris, se sometió a varias sesiones de quimioterapia. A pesar de ello, fue necesario un transplante de médula ósea. Pasó aproximadamente tres años en tratamiento. Mi mujer y yo nos casamos en ese entonces, en un momento en que se encontraba suficientemente bien como para acompañar a su hija al altar.
Nuestro primer año de matrimonio estuvo marcado por las constantes y prolongadas visitas al hospital. Levir tuvo que ser hospitalizado varias veces, debido a que su cuerpo rechazó la médula ósea de diversas maneras. En abril de 2007, para nuestro indecible pesar, falleció.
Cuando me paro a pensar en todo lo que ocurrió, me sorprende sobremanera la actitud que Levir demostró durante todo el tratamiento. Lo cierto es que nunca se quejó, ni se rindió, ni perdió la esperanza. Si os interesa saber qué me sorprendió por encima de todo, diría que fue su alegre satisfacción . Quienes visitaban a Levir, incluidos sus seres más queridos, eran incapaces de comprender cómo podía tener esa actitud.
Su alegre satisfacción causaba una honda impresión, era contagiosa, optimista y, como él diría, sobrenatural. A pesar de su pobre salud, de que no le esperaba una larga vida y de que probablemente no envejecería junto a la mujer a la que tanto quería ni podría ver a sus nietos, se mantuvo alegre y satisfecho durante esos años.
Al hablar de alegre satisfacción , no me refiero a una aceptación pasiva de la realidad ni a una falta de ambición o de anhelos. Para mí, es el reconocimiento apacible y agradecido de un estado que no va a cambiar y que no necesita hacerlo. En otras palabras, la capacidad de hallar sosiego sean cuales sean las circunstancias.
Levir declaró abiertamente que no había desarrollado esta virtud por sí mismo, sino que se trataba de un don divino. Tenía el convencimiento de que esta disposición provenía únicamente de la relación con Dios .
En 1651, Jeremiah Burroughs propuso una interesante definición de la satisfacción desde una perspectiva cristiana como un estado espiritual de gracia interior apacible y dulce que se doblega a la sabiduría y a los preceptos de Dios en todas las situaciones.[1] Según la Biblia, la alegre satisfacción no se obtiene por medio de algo, sino de Alguien . Nos sentimos así cuando confiamos sinceramente en el control y en el amor de Dios.
Solo se necesita hacer una observación honesta para reconocer que en la actualidad se proclaman las virtudes del descontento como forma de vida. ¿Acaso no es así? Vivimos en un sistema envenenado de descontento e insatisfacción construido por la mayoría de los medios de comunicación, los mercados y otros sectores, que lo sustentan. Se lanzan mensajes como estos: «el móvil que compraste hace tres meses ya no vale nada, debes comprar otro», «tu cuerpo no es lo bastante atractivo, moldéalo», «hace años te casaste y te comprometiste con una persona que ha dejado de ser atractiva, ¿a qué esperas para acostarte con otra?», etc.
No es de extrañar que, según las investigaciones del psicólogo Tim Kasser, los individuos que otorgan una importancia relativa a los objetivos económicos, a la imagen y a la popularidad suelen sentirse poco satisfechos con sus vidas y dan menos muestras de emociones gratas y más de depresión y ansiedad .[2]La insatisfacción crea un círculo vicioso, según parece.
Por este motivo, creo que el mensaje bíblico de la alegre satisfacción tiene un gran valor y resulta muy necesario en la actualidad . Uno de los autores de la Biblia, el apóstol Pablo, describió su propia experiencia: «Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».[3]Cuando escribió estas palabras, Pablo estaba en prisión.
Siempre le estaré agradecido a Levir por haber sido un extraordinario ejemplo para mí y para tantos otros. Sinceramente, puedo decir que su ejemplo me infunde esperanza. La esperanza para creer que aquel que le llenó a él y a Pablo de una alegre satisfacción en momentos en que atravesaban grandes dificultades también se ocupará de mí. Al igual que de ti.
Nuestro primer año de matrimonio estuvo marcado por las constantes y prolongadas visitas al hospital. Levir tuvo que ser hospitalizado varias veces, debido a que su cuerpo rechazó la médula ósea de diversas maneras. En abril de 2007, para nuestro indecible pesar, falleció.
Cuando me paro a pensar en todo lo que ocurrió, me sorprende sobremanera la actitud que Levir demostró durante todo el tratamiento. Lo cierto es que nunca se quejó, ni se rindió, ni perdió la esperanza. Si os interesa saber qué me sorprendió por encima de todo, diría que fue su alegre satisfacción . Quienes visitaban a Levir, incluidos sus seres más queridos, eran incapaces de comprender cómo podía tener esa actitud.
Su alegre satisfacción causaba una honda impresión, era contagiosa, optimista y, como él diría, sobrenatural. A pesar de su pobre salud, de que no le esperaba una larga vida y de que probablemente no envejecería junto a la mujer a la que tanto quería ni podría ver a sus nietos, se mantuvo alegre y satisfecho durante esos años.
Al hablar de alegre satisfacción , no me refiero a una aceptación pasiva de la realidad ni a una falta de ambición o de anhelos. Para mí, es el reconocimiento apacible y agradecido de un estado que no va a cambiar y que no necesita hacerlo. En otras palabras, la capacidad de hallar sosiego sean cuales sean las circunstancias.
Levir declaró abiertamente que no había desarrollado esta virtud por sí mismo, sino que se trataba de un don divino. Tenía el convencimiento de que esta disposición provenía únicamente de la relación con Dios .
En 1651, Jeremiah Burroughs propuso una interesante definición de la satisfacción desde una perspectiva cristiana como un estado espiritual de gracia interior apacible y dulce que se doblega a la sabiduría y a los preceptos de Dios en todas las situaciones.[1] Según la Biblia, la alegre satisfacción no se obtiene por medio de algo, sino de Alguien . Nos sentimos así cuando confiamos sinceramente en el control y en el amor de Dios.
Solo se necesita hacer una observación honesta para reconocer que en la actualidad se proclaman las virtudes del descontento como forma de vida. ¿Acaso no es así? Vivimos en un sistema envenenado de descontento e insatisfacción construido por la mayoría de los medios de comunicación, los mercados y otros sectores, que lo sustentan. Se lanzan mensajes como estos: «el móvil que compraste hace tres meses ya no vale nada, debes comprar otro», «tu cuerpo no es lo bastante atractivo, moldéalo», «hace años te casaste y te comprometiste con una persona que ha dejado de ser atractiva, ¿a qué esperas para acostarte con otra?», etc.
No es de extrañar que, según las investigaciones del psicólogo Tim Kasser, los individuos que otorgan una importancia relativa a los objetivos económicos, a la imagen y a la popularidad suelen sentirse poco satisfechos con sus vidas y dan menos muestras de emociones gratas y más de depresión y ansiedad .[2]La insatisfacción crea un círculo vicioso, según parece.
Por este motivo, creo que el mensaje bíblico de la alegre satisfacción tiene un gran valor y resulta muy necesario en la actualidad . Uno de los autores de la Biblia, el apóstol Pablo, describió su propia experiencia: «Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».[3]Cuando escribió estas palabras, Pablo estaba en prisión.
Siempre le estaré agradecido a Levir por haber sido un extraordinario ejemplo para mí y para tantos otros. Sinceramente, puedo decir que su ejemplo me infunde esperanza. La esperanza para creer que aquel que le llenó a él y a Pablo de una alegre satisfacción en momentos en que atravesaban grandes dificultades también se ocupará de mí. Al igual que de ti.
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