sábado, 28 de enero de 2012

El espectáculo de Dios




 
Dios tambien ha puesto en escena su gran espéctaculo
 
 Vivimos la época del espectáculo. Desde los grandes magos de la televisión, y las impresionantes escenas virtuales de las modernas películas, hasta la vida falsa que ofrece la nueva generación de telebasura, en forma de vivencias ajenas que hacen creer a los espectadores que son también suyas: ellos/as ríen y lloran, se pelean e insultan, mientras los ojos televidentes creen estar asistiendo a la vida real en estas escenas mitad pagadas y mitad superficiales.
Vida de salón para los grandes hermanos y los grandes primos que los contemplan. Vida fácil, de meros espectadores, que sólo tienen que apretar un botón o hacer una llamada, sin compromiso alguno, para decidir sobre la vida de quienes juegan el papel de fichas.
La propia crisis global ha sido un espectáculo de despilfarro y lujo en un escenario cuya trastienda y camerinos estaban llenos de telarañas.
La religión no es ajena a esta puesta en escena. Emociones y dinero son a veces, tristemente, el fin último de quienes se creen poseedores de una fe, pero en realidad asisten a las emociones que otros les fabrican y les cobran a precio de  oro et laboro . Emociones que sólo viven de más emociones, derrumbándose ante las primeras contrariedades.
Frente a esta droga para evadirnos de nuestra propia superficialidad existencial y cómoda, nos llega la persecución reconocida en Nigeria, niños en países que no tienen acceso a su derecho a ser educados, porque sus padres son reos del terrible delito de su fe cristiana. Padres que pierden sus tierras, que son expulsados, a veces golpeados, en alguna ocasión asesinados. Nada que ver con el espectáculo, dura realidad.
Dijo el psiquiatra Rojas Marcos que hemos cambiado la Biblia por las revistas del corazón, y es cierto y mucho más. Hemos cambiado el amor por sexo, la responsabilidad por la huida hacia delante (o hacia atrás), el placer sencillo por la adicción al nirvana del bienestar social y existencial… También hemos cambiado las verdades de la Biblia por la religión del éxito, los tesoros en el cielo por el oro en los suelos, la fe del riesgo de creer en Dios por la dependencia segura de nuestras instituciones, la convicción por las simples ideas filosóficas o morales, el celo por las cosas de Dios por las discusiones palaciegas.
Los judíos pedían señales y los griegos sabiduría en los comienzos del cristianismo. El sumo espectáculo de los sentimientos y de la razón.
Pero la respuesta es la locura de la cruz y de la resurrección. Locura porque los sentimientos gimen con tal de lograr las metas que el alma sabe que ansía, aunque duelan. Locura porque hay recompensa y victoria para quien se atreve a soñar en Cristo, incluso más allá del poder de la muerte de cada día, y mirando más allá de la muerte eterna.
 La cruz injusta, torturadora, simple y ruin, pero vacía, ese es el verdadero espectáculo de Dios.

En ese camino y esa meta caminamos. Ese espectáculo de Dios queremos.
Y no lo cambiamos por nada. Como dice el poema y canción andaluza: Una cubertería de plata/ tú me diste de regalo/ ¡Ay, qué feliz yo sería/ con la cuchara de palo/ de cuando tú me querías!

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