El célebre Moody, había hecho la promesa de no pasar un solo día sin predicar el Evangelio a un alma. Acordándose, cierta noche que aún no había cumplido su promesa, se acercó a un hombre solitario que se encontraba en la calle e inició la conversación preguntándole si estaba preparado para morir.
El interpelado tuvo de momento un gran susto, pero se serenó cuando comprendió el significado, y Moody tuvo el gozo de llevarlo a Cristo.
Otro cristiano que había hecho la misma promesa, salió una noche muy tarde, acompañado de otro creyente, y recordando su deber, pidió al otro que le aguardara unos momentos, mientras él iba a dirigir algunas palabras acerca de la vida eterna a un empleado de un hotel delante del cual pasaban.
No fue poca la risa del compañero, cuando se dio cuenta de que el supuesto empleado, no era otra cosa que un maniquí puesto como propaganda del hotel, y así lo manifestó el avergonzado creyente.
Fue grande el gozo de ambos cuando, en cierta reunión, un recién convertido declaró que había sido inducido a buscar a Cristo por las palabras que oyó pronunciar a un desconocido a la puerta del hotel en cuyo interior se encontraba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario