De cierto, de cierto os digo: El que oye mi
Palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación,
mas ha pasado de muerte a vida.” Juan 5:24.
Cuando los hombres crucificaron a Jesús
creyeron que habían acabado con Él. Después de sepultarlo sellaron la piedra que
cerraba la tumba, creyendo que así no volverían a saber más de Él. Pero Dios
resucitó a su Hijo Jesucristo y lo llevó al cielo. Después de haberlo
glorificado a su diestra, lo estableció como Juez de vivos y muertos (Hechos
10:42). Dejó en sus manos el juicio que ejecutará sobre aquellos que no habrán
obedecido a la orden divina de arrepentirse.
Gracias a la gran paciencia de Dios, todavía
existe esta posibilidad, pero no durará para siempre, por eso hay que
aprovecharla ahora. No podemos ser salvos si no nos arrepentimos, es decir, si
no nos reconocemos culpables ante Dios. Si estamos convencidos de merecer su
justo juicio, lo único que nos falta es creer que el Señor Jesús sufrió ese
juicio en nuestro lugar en la cruz del Calvario, y que su sangre vertida nos
asegura el perdón de Dios.
Cristo volverá en breve para arrebatar a los
suyos y se cerrará la puerta de la salvación (Mateo 25:10; 24:30). Ante una
verdad tan solemne, ¿Cómo podría uno dormir tranquilo y aplazar el momento de
arrepentirse y creer? Si usted no cree en Jesús como su Salvador, estará
obligado a encontrarlo un día como Juez. “Dios… manda a todos los hombres en
todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Todavía es el tiempo de la
gracia, y Jesús dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
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