Rev. José A. Soto
El Espíritu Santo aprovechando este pasaje bíblico nos enseña cuál es
la voluntad divina, la cual la presento en tres formas: en el pasado, en
el presente y en el futuro.
“Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a
casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa
del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de
barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra
vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de
Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh
casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del
alfarero, así sois vosotros en mi mano”, Jeremías 18: 1-6.
Nosotros vemos a Dios que es el Eterno Alfarero comparado aquí con este
alfarero que nos presenta la historia bíblica. El barro no puede
decirle nada al alfarero y no tiene voluntad propia, el barro sólo está
ahí. La mejor posición que puede tener es a disposición del alfarero en
su mesa de trabajo. Es un cuadro maravilloso de la voluntad de Dios
sobre nosotros, una voluntad que es en primer término soberana. No hay
forma cómo el barro pueda salir huyendo las manos, no hay forma cómo
puede el barro salirse de la rueda e irse a otro lado.
También vemos la paciencia del alfarero, si hay alguien que en su
trabajo necesita esa virtud, es el alfarero porque él tiene que trabajar
con el barro. En primer lugar, el barro mismo no reporta ningún valor;
el barro puede en un momento dado exhibir una mala calidad, tal vez
puede tener un poco más de agua de lo que debe, quizás puede aparecer un
grano de arenilla, algún pedacito del barro que no ha llegado al punto
correcto en el amase, en fin muchos aspectos que pueden hacer que este
no dé lo que el alfarero quiere buscar y es por eso que el alfarero
necesita paciencia. La voluntad de Dios es paciente para con nosotros,
como dice Pedro: “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2
Pedro 3:9).
También está el aspecto de la perseverancia del alfarero. El alfarero
es una persona que necesita ser persistente porque si no lo es, tampoco
logra nada, tiene que ser alguien, que si el barro se echa a perder en
su mano, él va de nuevo hasta lograr su objetivo. Dios también moldea el
barro conforme a su voluntad, así podremos decir como el Señor: “No se
haga mi voluntad, sino la tuya”.
El Espíritu Santo aprovechando este pasaje bíblico nos enseña cuál es
la voluntad divina, la cual la presento en tres formas: en el pasado, en
el presente y en el futuro.
I. El pasado
Cuando hablamos del barro y nos remitimos al origen del mismo, tenemos
que irnos al Edén, cuando Dios tomó polvo del suelo y con ese barro,
materia prima, hizo al hombre. “Entonces Jehová Dios formó al hombre del
polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente”, Génesis 2:7. He leído que los mimos elementos
químicos que existen en la tierra, también están en nuestros cuerpos;
somos perfectamente barro, esa es la verdad.
¿Cuál es la lección de la voluntad divina, cuando usted piensa en su
origen como barro? ¿De dónde te sacó el Señor? Porque la verdad es que
nosotros somos barro y Dios nos sacó del polvo de la tierra. ¡Nunca
olvides de donde te sacó Dios! No importa dónde nos haya puesto, quienes
seamos o cuánto hayamos escalado, ¡Acuérdate de donde te sacó el Señor!
Esta naturaleza amañada, enferma, precisamente porque somos barro; esas
tendencias hacia el lodo, hacia la tierra, están presentes en nuestra
vida. No vaya a creer usted en esas filosofías que cruzan hoy el mundo,
que dicen que el hombre es lo máximo, que es buenísimo, que dicen que si
hay cositas que a veces alguien hace y es un héroe y que expone su
vida. ¡Eso delante de Dios no es nada! Usted cree que un día alguien va a
venir delante de Dios y que diga: “¡Dios mío, yo me metí en un incendio
y saqué un niño recién nacido, así que, aquí estoy, méteme al cielo!”.
Nadie va a ir al cielo por quemarse vivo, nadie va a ir al cielo por
sacar una moneda y dársela a un limosnero y creer que con eso se ganó el
cielo, nada de eso salva.
Nuestra naturaleza nunca dejará de ser barro, por lo tanto, aquí es
donde entran las lecciones espirituales en ese sentido para nosotros, no
podemos fiarnos de esta naturaleza, esta es traicionera. Nunca se
confíe en su carne, confíe en el poder y en la Palabra de Dios.
Acuérdese que todos somos polvo y, por lo tanto, hay una tendencia a la
torcedura, a errar el blanco. Como polvo, como barro, fuimos destruidos
por el diablo en el pasado y así vinimos al Señor; por eso nunca vayamos
a poner la bendición como que ya traspasó ese umbral porque estaría
olvidando el aspecto principal de su vida, y es que no nos podemos
olvidar nunca de dónde nos sacó el Señor.
II. El presente
Si el pasado nos habla de nuestra naturaleza, el presente en relación
con el barro, nos habla de nuestra esperanza, nosotros estamos aquí en
Cristo porque Él nos ha ayudado hasta hoy. Hasta aquí el diablo no ha
podido destruirle aunque seas barro, aunque estés en la representación
del lodo en la mesa del alfarero. El diablo ha venido con todo pero no
ha podido destruirle, no porque la fuerza radica en uno, no porque el
perseverar sea una virtud propia de nuestro origen, ¡No! Sino porque
Dios ha visto fe, aunque sea como un pábilo que echa humo, ya no tiene
llama, ya no tiene tizón, ya no tiene casi nada, pero echa humito. Tal
vez has estado así como un pábilo que echa humo, si fuera por el diablo
el diría: “¡Ahí estoy yo y lo apago, y termino!” pero Dios le ha dicho:
“¡No me soples nada aquí! porque mientras ese pábilo está echando un
humito, allí va a pasar algo”, que eche el humito porque entonces el
Señor si va a soplar, pero va a soplar para que se prenda la llama.
Por algo el Señor nos compara con lámparas encendidas, por algo compara
a la Iglesia como candelabros en medio de los cuales se mueve el
cordero de Dios. Un pábilo que echa humo convertido en una ardiente
lámpara, una caña cascada que hasta el viento la dobla y la quiebra,
pero el Señor dice: “No, no me la quiebre, déjemela ahí que de esa yo
voy a hacer una columna”. No somos nosotros, es el poder de Dios; quiere
decir que Dios en el trabajo con nosotros, mientras estemos en sus
manos, Él puede hacer cosas que son imposibles para el hombre, que a
veces no tiene ninguna explicación.
Todos podemos hablar mucho sobre Jacob, él era un hombre materialista,
pero Dios no se avergüenza de llamarse “El Dios de Israel”, “El Dios de
Jacob”. ¿Sabe cuánto tiempo le costó a Dios volverlo de una caña cascada
a una columna? Un poco más de 20 años, lo mandó por allá, por la mesa
del alfarero allá por Harán y allí lo molió, lo hizo mil pedazos, se
volvió polvo nuevamente y luego empezó a formarlo de nuevo y lo formó en
Bet-el, cuando él entendió que tenía que aprovecharla, por eso dijo:
“No te dejaré, si no me bendices” (Génesis 32:26).
Dios lo bendijo, y no se avergüenza de llamarse su Dios, que no se
avergüence el Señor de nosotros como para decir: “Yo no me identifico
con ese, porque lo que va a hacer es dañar, es oscurecer el testimonio
del Evangelio”, más bien que pueda decir: “Yo soy el Dios de Francisco,
el Dios de Fernando, el Dios de Pedro”, y que Dios pueda confiar y
apoyarse en nosotros, ese es el presente nuestro, que Dios encuentre un
punto de apoyo en este pedazo de barro.
Cuando un alfarero ha trabajado una hermosa vasija y llega alguien y la
ve y dice: ¡Qué linda vasija! ¡Qué tremendo alfarero el que hizo esta
tinaja! Un alfarero que puso todo su arte, toda su habilidad e hizo de
un pedazo de barro que no tiene mucho valor, en una obra de calidad. Lo
que hizo el alfarero es trasladar todo el valor, remitir toda la gloria.
Ahora, si alguien se encuentra un lingote de oro o de plata, pues tiene
algo valioso; al barro nadie lo aprecia por el valor que tenga, pero
cuando ve una tinaja muy linda, entonces dicen: ¡Qué tremendo alfarero!
¿Qué es lo que quiere decir eso? Nuestro presente, la voluntad de Dios
ahora para nosotros no importa donde Dios nos ponga, es darle la Gloria
al que vive para siempre. “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino
a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Salmo
115:1); si Dios te ha bendecido, si te usa, si te ha dado talentos y
recursos, humíllate en la presencia de Él.
La otra vez que fui a Japón, un hermano me dijo: “Pastor vine a comprar
motores aquí”, había llegado a comprar motores pero no uno ni dos, sino
un contenedor, el los iba a vender a su país y me dice -Yo soy ahora
empresario que vende motores y me ha ido bien, hace siete años yo no era
esto, pensar hace siete años que yo iba a venir a Japón a negociar
aquí; ¿Sabe quién era yo? – Me dijo – yo vivía en las cunetas de la
calle, tirado porque era un alcohólico empedernido desde hacía décadas,
desde joven – Yo me quedó viéndole y me dice – me convertí al Señor hace
ocho años y mire donde estoy ahora, soy un empresario – Me dice – la
gente me respeta, si soy un empresario, me codeo con gente importante -
Me gocé tanto porque son las cosas grandes que Dios hace.
Y yo decía: ¡Cómo este sujeto que hace siete, ocho años era un
alcohólico que se tiraba en las cunetas de la calle porque no se valía
ni por el mismo, ni la familia lo quería, menos la sociedad, ya no era
apreciado por nadie y el Señor lo coge y lo levanta; se cumple la
bendita Palabra, como dice el Apóstol Pablo a los corintios: “Pues
mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la
carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo
escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a
fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:26-29). Quiere
decir que lo que hay que hacer es darle la gloria a Dios. Esa es la
voluntad de Dios, hay que darle gloria a Dios en todo momento.
III. El futuro
¿Qué puede reclamar el barro? ¿Puede decir algo el barro? No puede
decir nada, lo único que puede hacer es estar en la mesa del alfarero.
El futuro está en las manos del Señor, y cuando hablamos de futuro una
vez más pasamos de perseverancia a esperanza, nuestro futuro no es
incierto.
Hay muchos que visitan a los brujos, ellos le sacan suerte a todo, hay
gente que hace fila, presidentes, ministros de estados, tiene sus
propios equipos de sortílegos, de adivinos, de magos, de hechiceros.
Cómo puede ser que un creyente esté leyendo el horóscopo, y que compre
llaveritos de su signo astrológico; nada de eso debe estar en la vida
del cristiano, esos son terrenos donde el creyente no debe entrar ni por
broma. Esta gente no sabe el futuro, sino que se colocan como
instrumentos activos de Satanás para engañar al pueblo de Dios y al
mundo entero, pero el verdadero creyente no podrá ser engañado.
Una vez andando por la Plaza de la ciudad de La Paz, en Bolivia, me
salieron dos gitanas al encuentro y me dice una de ellas – ¡Tengo un
mensaje para usted porque le he visto unas líneas en la frente! – miré
por donde salían, y le dije – Que casualidad, yo tengo un mensaje para
usted también, es más se lo doy de una vez, ¡Cristo la ama y quiere
libertarla de estas cadenas que la tienen atada, el único que puede
sacarla de ahí se llama Jesucristo, el Salvador del mundo!- Y gritó y
dijo – ¡Ay! Si son unos evangélicos – y yo le dije – Si, si, somos
predicadores del Evangelio ¡Cristo la ama y quiere sacarla de ese engaño
del diablo!
Hay gente que engaña pero el que quiere dejarse engañar es cosa de él,
pero nuestro futuro está en las manos del Señor. Si vivimos para Dios
vivimos y si morimos para Dios morimos, somos de Él sea como sea.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Por lo cual
estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto,
ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor
de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35, 37-39).
Ese es nuestro futuro en las manos del Señor. Y en cuanto al futuro, el
alfarero en su cuarto o en su taller, como le dijo el Señor a Jeremías:
“Vete a casa del alfarero”. Entonces Jeremías va a la casa del
alfarero y ¿Qué es lo que ve? Que el alfarero está trabajando en la
rueda, un instrumento que era generalmente muy rústico, dos ruedas de
piedra, una abajo y otra arriba y como trabajaba con el barro, eso era
lo que veía Jeremías. Vio cuando el alfarero trabajaba en el barro
haciendo una pieza o una vasija. Se le echa a perder en sus manos y
vuelve a hacer otra mejor todavía. “¿No podré yo hacer de vosotros como
este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová. He aquí que como el
barro en las manos del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa
de Israel” (Jeremías 18:6). No estamos aquí dando golpes al aire sin
saber, sabemos en quien hemos creído.
Una vez llamaron a un creyente ante el juez y el juez se burló de la fe
del creyente y le dijo: “Entonces usted piensa que se va a morir y que
Dios lo va a estar esperando allá en el cielo” y él le dice: “No señor,
yo no lo pienso, lo sé”. El creyente tiene que estar seguro en Cristo,
usted no va por la vida bamboleando, ¡No Señor! Aquel que ha creído en
Cristo de verdad y que está sometido a su voluntad, sabe para donde va.
Hay tres cosas en esa casa del alfarero, allí están. Lo primero que
hay, es, esto es hacia el futuro, “el ideal del alfarero”. El no ve el
pedazo de barro crudo, él está viendo más allá de eso, no está viendo un
pedazo de barro como usted y yo podríamos verlo, Él está viendo una
vasija que adorna un mueble de un palacio. Tal vez está viendo una pieza
de arte que admirarán cientos de personas, está viendo una vasija donde
habrá un tesoro guardado que era común guardarlo también guardarlo en
vasijas de barro, tal vez un recipiente de agua fresca y cristalina, Él
no está viendo el barro crudo, Él tiene un ideal, cada cosa que está
haciendo con ese barro obedece al ideal que Dios tiene. Tenemos que
permitir que Él haga lo que Él quiera. El ideal de Dios es el que
necesitamos seguir, no el ideal nuestro, nosotros si podemos
equivocarnos pero Él no se equivoca.
Lo segundo es “la rueda”, la rueda que da vuelta, eso es esencial para
un alfarero, eso es básico. Pone el barro en la rueda y comienza a dar
vueltas el barro después de un proceso de preparación y después que
empieza a dar vueltas llega un momento dado, él le echa agua, según lo
que él considera y empieza y ya hay una forma, ya empieza a tomar algún
perfil, pero para eso sabe que se necesita, que de vueltas. ¡Qué bueno
es eso de las vueltas que Dios nos da! Hay gente que quiere cansarse,
aquí estamos en perseverancia, hay gente que dice: ¡Ay, lo mismo de la
convención pasada! Y no se da cuenta que esas revoluciones que Dios da
es para irle dando forma, esto de los cultos no es un invento de ningún
pastor ni de ninguna organización, esto es lo que Dios instituyó. ¿Qué
hacemos en un culto? Llegamos, nos arrodillamos, oramos, adoramos,
cantamos, oímos la Palabra, la leemos y luego salimos y nos despedimos y
¿Qué hacemos al día siguiente? Pues, venimos al culto otra vez y Dios
está ahí en la rueda, dando esa revolución que nos va dando la forma. No
puedes cansarte de la revolución del Espíritu Santo.
Hay gente que dice: ¡Ay lo mismo! Y ¿Qué es lo que quiere ver? Un show,
¡No! aquí no hay show; ¿Un cantante raro y que le pongan su reggae? No,
no, no, aquí no, aquí alabamos a Dios, no venimos a exhibir el barro,
queremos exhibir y adorar al Alfarero. Para eso venimos, esa prueba que
dura, esa prueba por la cual clamamos y no se va, algo tiene Dios,
nuestro futuro está en las manos del Señor, deje que la rueda siga dando
vueltas una y otra vez porque Él está aplicando una forma, quiere
encontrar algo, Él tiene un ideal y está aplicando la esencia del
trabajo del alfarero que es la rueda. No podemos cansarnos, hay que
perseverar hasta el fin, esta no es una carrera de 400 metros que se da
con todo, esta carrera no es de 800 metros, esta es como una gran
maratón de 42 kilómetros; un toquecito más que caminar nada más, esto es
esfuerzo y valor.
Hay un tercer elemento en la casa del alfarero respecto al futuro y
sabe ¿Qué es?, “las mismas manos del alfarero”, el toque, porque sin ese
toque no sale nada, allí está el barro, ahí está la rueda, ahí está el
ideal, pero llega el momento en que el alfarero empieza a trabajar con
su mano, a veces aprieta el barro. ¿Qué quiere hacer? Una vasija, bueno
hay que apretar el barro, tal vez con el puño para hacer el hondo de la
vasija; aprieta, y en la apretura el barro comienza a torcerse, pero él
viene y lo arregla o coge la uña y hace así ¡Crack!, y hiere el barro,
pero al fin de cuentas eso es lo que se llama en el arte “El vivo de la
pieza” es la rayita de la pieza y a veces le pone dos o tres rayitas
para que no sea liso, porque también el Señor tiene ese sentido del arte
en nosotros, pero eso corta, cuando aplica la uña hiere el barro pero
está haciendo algo.
La voluntad de Él es hacer algo que valga la pena. Esa es la voluntad
del alfarero, Él quiere hacer algo así, con algunas curvas, o alargada, o
achatada, es decir que Él busca el ideal, pero es absolutamente
necesario el toque de Dios. ¡Qué bueno es el toque de Dios! Aunque Él
nos apriete, aunque a veces nos quiebre, aunque a veces nos corte, pero
es como ese cirujano que cuando tiene ese paciente dormido allí el
paciente no puede decir: ¡Oye, oye no cortes por ahí! Él no puede decir
nada porque está anestesiado, no puede reclamar, no puede despertarse,
no puede sentir nada porque él está totalmente ajeno en las manos del
cirujano. Aquí no es el cirujano, aquí es el Señor, es el alfarero, el
barro no puede decir nada si él quiere hacerle un quiebre, le hace un
quiebre y aunque usted diga: ¡Ay! Al final va a salir algo positivo.
Uno no se puede salir de la mesa del alfarero, pero, ¿Sabe usted que se
puede echar a perder? En un momento dado el alfarero le aplicó una
presión y se torció. Qué hizo él, cogió masa de barro y lo tiró, allí es
donde Dios trabaja, aún con el caído, con el descarriado, el puede dar
oportunidades. Dice la escritura: “Porque siete veces cae el justo, y
vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal”, Proverbios 24:16.
Si Amado lector, un justo puede en un momento dado no aguantar el
proceso de la mesa y dañarse, pero el poder de Dios es suficiente. Por
eso les decimos hoy, ya que algunos andan descarriados, tal vez estás
caído, hoy el Señor te hace de nuevo. Puede hacerte una vasija mejor
todavía de lo que eras antes, pero tienes que depositarte en las manos
del Señor para que Él haga esa obra.
Muchísimas veces decimos: ¡Alabanzas al que vive! Bueno, el nombre
“Alabanza” es lo mismo que decir: “Judas”. Pero nadie quiere ponerle a
su hijo Judas ¿Verdad? Pero la verdad es que Judas era una vasija de
valor que se echó a perder, él vio milagros, anduvo con el Señor, fue
parte de todos esos milagros, porque Dios le dio poder a los doce
discípulos y allí estaba Judas también. Judas era una vasija que el
Señor estaba trabajando, le dio oportunidad. Como se la dio al profeta
Balaam, cuando el Señor le dio permiso a este profeta de ir donde Balac,
rey de Moab, y después el ángel de Jehová le salió al encuentro. Es que
el permiso de Dios no quiere decir, que, estaba de acuerdo con lo que
él tenía en su corazón, el permiso era para probarlo, para ver si él
decía: “¡No! no voy a ir porque tengo en la mente maldecir y yo no puedo
maldecir”.
A Judas lo pusieron de tesorero, ninguno tuvo mejores oportunidades que
Judas, pero no las aprovechó y ya ustedes saben lo que pasó. Una vasija
desechada, precisamente lo que se adquirió con ese cuadro de la
destrucción de Judas fue un campo llamado “el campo del alfarero” y se
llamaba así no porque había vasijas útiles, sino porque era el lugar
donde botaban los desechos, lo inservible de la alfarería, ya el barro y
ya las tinajas y vasijas que no servían y que no tenían remedio, allí
las hacían pedazos y las arrojaban porque ya no servían.
Yo quiero estar en la mesa del alfarero, no quiero estar en el “campo
del alfarero”, que luego se convirtió en el “campo de sangre”, campo de
muerte y de destrucción, hoy el Señor te muestra su voluntad, a cuál
lugar quieres ir, ¿Quieres ir a la mesa del alfarero? Como pueblo de
Dios, como barro en las manos de Él, que aunque se echa a perder en un
momento dado, todavía hay esperanza o ¿Quieres ir al campo del alfarero?
Donde hay muerte y destrucción.
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