El Pastor Luis Monge Salazar, un incansable difusor del cristianismo. Inspirado por Dios, al que dedicó más de la mitad de su vida, promovió y consolidó la Obra del Movimiento Misionero Mundial en Costa Rica y Panamá hasta la misma víspera de su partida al encuentro con el Señor.
El Pastor Luis Ángel Monge Salazares desde hace mucho una prueba de fe en Cristo cuya trascendencia se mantiene intacta, sin importar que 42 meses atrás se fuera al encuentro con el Creador. Su abnegada labor a favor de la evangelización y la difusión de la Palabra de Dios, en Costa Rica y Panamá, sobrevive más allá de su presencia física. Un trabajo increíble que permitió, además, la consolidación de la presencia del Movimiento Misionero Mundial en dos de los países más importantes de América Central. Testimonio de una existencia dedicada por completo a los caminos del Señor. Nacido el 11 de noviembre de 1924 en Alajuela. Monge Salazar fue durante gran parte de su vida un versátil músico, que tocaba con eficiencia el acordeón, los teclados y la guitarra; y un dedicado y laborioso barbero. Sin embargo, a la edad de 40 años conoció a Jesucristo, en una campaña evangelística, y de inmediato cambió el arte y las tijeras por las Sagradas Escrituras y el amor a Jesús. De este modo siguió los pasos a su esposa, Adilia Mitchel Cruz, quien un tiempo antes se había unido al cristianismo.
Un año después, en 1965, el Reverendo Monge conoce y escucha la poderosa prédica del Pastor Luis M. Ortiz, fundador del MMM, y se incorpora, junto a otras 80 personas, a esta congregación en el inicio de la expansión mundial de la Obra. Con el paso de los años, en 1968, emigra a Nueva York y labora por un tiempo en la Iglesia Juan 3:16, del Bronx, y es allí donde la Divinidad lo llama al camino de la evangelización. Un día, a la hora de la oración, el Espíritu Santo le habla, a través de un hermano, y lo convoca al ministerio diciéndole: “tengo una gran misión para ti en tu propio país”. De inmediato, regresa a Costa Rica y se convierte en colaborador estrecho del Pastor Fernando Prada.
Tras su retorno a Centroamérica, en 1969, fue nombrado Pastor por el Misionero Teodoro Marrero y enviado a la provincia de Limón, en el extremo oriental de la patria costarricense, donde inició su gran ministerio dentro del MMM. Hasta ese lugar, de clima tórrido, se marchó sin su familia y con el único propósito de asegurar la existencia de un templo integrado por apenas cinco miembros. En medio de ese punto de la geografía mundial, considerado como la “Perla del Caribe”, Monge atravesó innumerables tribulaciones económicas pero, protegido por Dios, salió victorioso y difundió la doctrina cristiana con marcado éxito.
Pero no sólo en su terruño Monge abrió terreno para el Todopoderoso. Su tesón sembró la llama de la esperanza evangélica en Panamá a finales de la década de los sesenta. En el poblado de Guabito, provincia de Bocas del Toro, lugar fronterizo entre suelo panameño y costarricense, instaló las bases de otra nueva sede internacional del Movimiento Misionero Mundial. La Obra fue supervisada por él desde Costa Rica en sus primeros cuatro años de existencia.
Con los años, y luego de una fructífera labor en Limón, el Reverendo Monge recibió en 1972 el encargo de presidir la Iglesia Central del Movimiento Misionero Mundialen San José, la capital de Costa Rica. En el camino quedaría como legado un templo fortalecido y tres “Campos Blancos”, nuevas iniciativas de fe, como mejor señal de su compromiso con la Obra del Señor. De ahí en adelante, y bajo su impulso, el cristianismo comenzó a tener gran auge dentro la sociedad costarricense. Nuevos “Campos Blancos” se aperturaron y se edificaron incontables Iglesias. Debido a ello, y como mérito a su labor, llegó a convertirse en Supervisor del MMM en todo el territorio de su país de origen.
Monge Salazar supervisó la Obra del Movimiento Misionero Mundial en Costa Rica por espacio de 19 años y desarrolló una labor eficaz y fecunda. Bajo su dirección la Obra creció, maduró y se extendió por todo el suelo costarricense y alcanzó las siete provincias en que está dividido este país. Fiel a su compromiso con el Altísimo, el hermano ingresó sin miedo a cantones, distritos, barrios y caseríos con el único propósito de llevar el mensaje de salvación a todos los necesitados y sedientos del Señor.
Sin importar su comodidad, el Pastor Monge se entregó al servicio del Señor transitando por caminos seguros, montañas escarpadas, sendas pequeñas y barrancos peligrosos. También supo viajar a caballo y a pie, caminando horas y horas, bajo el inclemente sol del Caribe. Fueron muchas vicisitudes más, pero siempre las superó con la frente en alto y la mano firme. Su empuje abrió surcos vastos para una buena siembra de la bendita y divina Palabra de Dios. Con una ayuda idónea que el mismo Señor le proveyó, una mujer virtuosa, humilde y sencilla llamada Adilia Mitchel, quien siempre supo animarlo en todo momento.
El 23 de marzo de 1991, en un culto especial llevado a cabo en la Iglesia de La Valencia de la provincia de Heredia, Monge dejó el cargo de Supervisor del MMM en Costa Rica. El acto contó con la asistencia del Supervisor de Centroamérica, Reverendo José Soto y algunos otros líderes del Movimiento Misionero Mundial y se efectuó en medio de la gran expectativa de la comunidad evangélica. Al final de su extensa supervisión se contabilizó alrededor de 90 iglesias establecidas en toda Costa Rica y unos 40 “Campos Blancos” a lo largo de casi dos décadas de abnegado servicio religioso.
El hermano Monge y su esposa, junto a sus 7 hijos, después de entregar la supervisión fueron inspirados por Dios para levantar una nueva Obra en la capital de su país. De inmediato, y ante la incredulidad de muchos, pero fortalecido en su pasión evangelizadora, edificó una Iglesia en el centro de San José de Costa Rica llamada Centro Evangelístico del MMM. En ese templo pastoreó por espacio de 14 años, hasta que debido a su avanzada edad, y aquejado por problemas en su salud, se retiró de la vida pública y empezó a congregar en la Iglesia central para dar fe viviente de la gloria del Señor.
Sobre el final de su existencia, en una mesa redonda, en la que reunió a su esposa y sus hijos, el hermano Monge reveló el 15 de diciembre de 2007 que había llegado el fin de su trabajo en la tierra. Y aunque su familia entera pensó que se trataba de una broma, el hombre de carácter amable dijo aquel día con firmeza que Dios “había tratado con él” y que se encontraba listo para reunirse con el Señor. En seguida, 72 horas más tarde, mientras conversaba con su consorte su corazón dejó de latir y pasó a la presencia de Jesús. Tenía 83 años, se veía macizo y entero, pero este gran hombre de Dios ya había separado una cita eterna con Cristo
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