martes, 8 de noviembre de 2011

El soldado de Cristo

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Manuel Camacho fue un pastor que predicó sin miedo al terror o las amenazas terrenales. Evangelizó en plena selva colombiana y entregó su vida por Dios.
Tenía 33 años cuando las FARC lo asesinaron. Manuel Camacho fue un pastor que predicó sin miedo al terror o las amenazas terrenales. Evangelizó en plena selva colombiana. Su palabra era más temida que el fusil. Entregó su vida por Dios.
Aquel lunes la calma dominaba las calles de la vereda el Choapal, un remotísimo poblado de la región selvática de Colombia, y todo transcurría dentro de la normalidad. Sin embargo, aquel día, marcado en el calendario como el 21 de septiembre de 2009, el lugar se convirtió, de un momento a otro, en el escenario sangriento de la caída de un héroe de la fe cristiana, un misionero que se fue de este mundo con la certeza de que la muerte es el principio de la vida. Victimado a media mañana, de seis balazos por las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), frente a su esposa y sus dos hijos, Manuel Camacho Pineda pagó con su vida el odio y desprecio que los mundanos tienen por el prójimo.
Los hechos reportados escuetamente por la prensa colombiana dieron cuenta que a Manuel Camacho, Pastor del Movimiento Misionero Mundial, casado con Gloria Isabel Muñoz, con quien tuvo un hijo y una hija, lo asesinaron dos tipos “a sangre fría”, en la puerta de su casa. Su delito: predicar la Palabra de Dios y “ganar” almas para el Todopoderoso. Un “pecado” que para los terroristas, de tendencia marxista-leninista, sólo se compensa con la vida misma en el fragor de una lucha que mantiene en vilo a Colombia desde 1964.
Nacido el 23 de diciembre de 1975, el Pastor Camacho llevaba nueve años evangelizando, casa a casa, en el Choapal, alejado villorrio del municipio de San José del Guaviare, en el oriente colombiano. Una zona donde las FARC se han convertido en uno de los escollos de fe más insalvable e insuperable. Por la intolerancia religiosa de los guerrilleros, a mediados de julio de 2009, fue amenazado, extorsionado y finalmente asesinado. A Camacho sólo le informaron: “desobedeció la orden de no continuar predicando y ahora deberá pagar dos millones de pesos en el plazo de una semana, es eso o uno de ustedes pagará con su vida”.
LAS AMENAZAS
Corajudo y fiel al Señor, Camacho Pineda, avalado por su esposa Gloria, no se amilanó ante las garras de ese monstruo que se hace llamar “Ejército del Pueblo”. Testigos de los acontecimientos, que vivieron de cerca el calvario del Pastor de la Obra del Señor, afirman que de inmediato sentenció: “no podemos darles dinero de Dios para la guerra. Yo estoy dispuesto a ser entregado en el momento que Jehová lo decida, si Él lo quiere, así me esconda o trate de impedirlo, mi muerte sucederá”. Pero fueron los feligreses de la Iglesia que Camacho había fundado en el Choapal quienes juntaron el dinero exigido y prologaron su vida terrenal un par de meses más.
Pero aquel suceso sólo fue el epílogo de un ministerio pastoral consagrado en pleno a Dios. Una tarea en la que el pastor Camacho demostró que estuvo a la altura de la labor que Cristo le encomendó: predicar su Palabra. Porque desde su unción como ministro del Altísimo, acontecido a inicios del presente siglo, llevó con tesón y ahínco las Buenas Nuevas por la selva colombiana a pesar de los mil y un impedimentos que se le atravesaron en su vida misionera. Y es que en lo más profundo del Guaviare, a 400 kilómetros de la ciudad de Bogotá, Camacho venció a la violencia, a la intransigencia, las amenazas y al clima selvático y cristianizó de casa en casa, y de forma oculta, a cientos de inconversos en una gesta de la que aún hoy se habla en el MMM.
Miembro de la Obra desde 1997, Camacho fue un hermano disciplinado, serio, eficaz, paciente y convencido hasta la médula de la causa de Jesucristo. Su vida, corta pero fructífera, dejó al descubierto esos rasgos de su personalidad. Sin embargo, lo más llamativo en él fue su unión al Todopoderoso. Nacido en un hogar humilde, donde se practicó la religión tradicional y la violencia y el machismo fueron estandartes indiscutidos, vivió entre la estrechez económica y el desarraigo familiar. A la edad de once años fue inscrito en un internado católico en el que, más allá de imágenes de barro, se despertó su interés por Dios. De forma paralela, cada tanto, apoyó a su padre Guillermo en la finca casera en la que hizo las veces de agricultor.
No obstante, Dios le reservó su ingreso al cristianismo de una forma muy particular. En 1995, luego de unirse a Gloria Muñoz, a quien conoció en un caserío del Guaviare, y procrear a su primogénita, el futuro pastor Camacho fue atrapado por el alcohol y se entregó a la vida disipada y olvidó sus obligaciones conyugales. Un tiempo oscuro y perverso que acabó por la intervención de Emelina Pineda, su madre, quien a pesar de la oposición de su marido se había enrolado al Movimiento Misionero Mundial. Ella le habló de Dios y las maravillas que podía hacer por él.Fue en ese instante que Manuel empezó a transformarse. Harto de su existencia sin rumbo se encarriló en los caminos de Dios y colocó la primera piedra de su inmolación.
LISTO PARA DAR LA VIDA
Después, tras perseverar en la sana doctrina, afianzó su alianza con el Padre Eterno. Primero como un obrero abnegado y fiel cumplidor de la Palabra de Dios. Luego como un Pastor valiente y decidido que se internó en la espesura colombiana, junto a su familia, para divulgar sin miedo ni temor la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo. Y fue justamente allí en el centro de operaciones de las FARC, en la que Camacho libró su batalla personal más importante. Recorrió de extremo a extremo las veredas más alejadas de San José del Guaviare y anunció la llegada del Altísimo. Sin armas, sólo provisto de las Sagradas Escrituras, el soldado de Cristo enfrentó cara a cara con sendas campañas evangelísticas a la cobardía subversiva que impide todo tipo de actividades religiosas.
“Un buen día daré la vida por Dios”. Eso le dijo a Gloria, su esposa, de forma premonitoria aquel lunes cuando la calma todavía reinaba en las calles del Choapal. Luego dos hombres armados irrumpieron en su hogar. Llegaron a ajustar cuentas con él. Se identificaron como miembros de las FARC y descargaron contra él una ráfaga de cinco disparos. En seguida lo remataron con un tiro en la nuca. Camacho murió en los brazos de su compañera, muy cerca de sus hijos Ingrid y Daniel, quienes no pararon de proclamar que su padre pereció por Dios.
UN HOMBRE, UN MÁRTIR
En la última imagen que tengo de mi esposo, él sonríe tímidamente. Abrazo su cuerpo herido y ensangrentado mientras musita el nombre de Dios. Nuestros hijos me decían al oído que no me preocupara, que su padre ya estaba con Cristo. Yo temblaba, lloraba, me desesperaba, me puse a predicar la Palabra, agradecí al Padre Eterno por el maravilloso y espiritual ser al que unió mi vida… Con estas breves palabras, ustedes que leen estas líneas, podrán comprender el enlace celestial que existió entre Dios y Manuel Camacho.
Su ausencia, luminosa, es en Cristo una presencia permanente. Las FARC me lo arrancaron sin compasión alguna, sólo por desobedecer la orden de no predicar el Evangelio y realizar antes de su muerte una campaña evangelística exitosa, donde se convirtieron aproximadamente 42 personas a Jesús como su Salvador y quedó en aquel lugar un precioso semillero de almas que alaban y glorifican el nombre del Señor. El Todopoderoso me honró con la posibilidad de ser la viuda de un mártir del cristianismo. Siempre lo recordaré como un hombre de fe que sacrificó su tiempo y su vida para que la Palabra de Dios nunca se apagara.
Muchos se preguntarán cómo alguien pudo permanecer firme en aquel lugar y en aquellas circunstancias, pero esto solo lo entienden aquellos que tienen un verdadero llamado de parte de Dios y sienten un profundo amor por las almas que se pierden.
Gloria Isabel Muñoz viuda de Camacho.

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