viernes, 17 de agosto de 2012

Odisea en Birmania


La vida de Adoniram Judson, el primer misionero estadounidense en el extranjero, contada por la pluma de los esposos Janet y Geoff Benge. Una obra que examina a profundidad la biografía de un ejemplar predicador cristiano.
Adonarim estaba habituado a discutir sobre religión con sus amigos de la universidad y con su padre, pero aquel pastor era diferente. A pesar de defender con elocuencia su posición, Adoniram tuvo que admitir en su interior que el joven tenía algo que él anhelaba: una dirección clara para su vida y paz interior. Más tarde, tumbado sobre un colchón blando y sin pulgas por primera vez en muchas semanas, se preguntaba si sería capaz de aceptar las creencias religiosas que aquel joven pastor profesaba.
 
Odisea en Birmania, parte de la serie "Héroes cristianos de ayer y de hoy", nos invita a descubrir la historia de Adoniram Judson, un varón elegido para difundir la Palabra de Dios. El libro nos convoca a través de un singular relato a internarnos en las entrañas de la existencia de un personaje peculiar para el cristianismo moderno.
 
El 2 de diciembre de 1808, sosegadamente, Adoniram llegó a la conclusión de que la Biblia estaba en lo cierto y, consecuentemente, debía entregar su vida y futuro a Dios. Algo que hizo a solas, bajo un manzano situado en uno de los extremos del seminario. Azotado en su cara por un frío viento hizo una oración sencilla de entrega a Dios. No había nadie a su alrededor para atestiguar su compromiso, pero no le importaba. Por primera vez en su vida se sentía libre.
 
Escrita por la pareja de esposos Janet y Geoff Benge, la obra está compuesta por diecinueve capítulos que permiten hacer un repaso detallado de los acontecimientos más importantes de la vida de Judson y su relación con el Creador. Sin embargo, y más allá de cuestiones literarias, el texto resalta desde el inicio la fe cristiana del protagonista.
 
Temo que no voy a poder aceptar tan generosa proposición- dijo, mientras contemplaba los rostros sorprendidos de sus familiares. Dios me ha llamado a ser misionero en Birmania.
 
Su madre exhaló un profundo suspiro y Abigail se dejó caer pesadamente en una silla junto a ella.
 
¿Misionero?- balbuceó su padre, quien daba la impresión de haber recibido un golpe en el estómago-. ¿Misionero a Birmania?
 
LOS DUROS MOMENTOS
 
Página a página, la trama avanza sobre el camino recorrido por Adoniram, nacido el 9 de agosto de 1788, en pos de materializar el llamado del Todopoderoso para difundir su verbo en Birmania. Y entre los puntos de mayor relevancia nos deja aquellos donde Judson muestra a plenitud su compromiso con el Señor Jesucristo.
 
A lo largo de las semanas siguientes viajaron juntos por Nueva Inglaterra disfrutando la enorme belleza del inicio otoñal. Durante aquel viaje hablaron de sus creencias sobre la Biblia, la familia y las misiones. Por fin, mediado el mes de octubre, Ann anunció que había tomado una decisión: casarse con Adoniram e ir allá donde Dios los guiara. Adoniram apenas podía contener su entusiasmo.
 
Odisea en Birmania tiene un discurrir que capta la atención de cualquier seguir del Salvador. El arco narrativo es sencillo: examina, con bastante esmero, desde la génesis de la misión evangélica de Adoniram hasta la partida del misionero estadounidense a tierras birmanas y precisa las odiseas de este emprendimiento.
 
Medio en cuclillas, medio levantado bajo la capa, Adoniram caminó paso tras paso detrás del extraño hasta alcanzar la entrada de la prisión. Allí, éste volvió a entregar dinero. El sonido metálico que produjo la puerta al cerrarse fue la indicación de que se encontraba en la calle. Su libertador le dijo en voz baja: "sígueme" y comenzó a correr calle abajo. Adoniram siguió al hombre en la oscuridad hasta llegar a los muelles.
 
Este libro también traza el recorrido del derrotero personal de Judson quien, acompañado por su esposa Ann, trabajó de forma ardua y constante para difundir los Santos Evangelios en Birmania. Desde su llegada, producida en julio de 1813, sorteó los obstáculos y barreras que se le colocaron al frente.
 
Adoniram y Ann se esforzaron durante meses en el aprendizaje de la lengua birmana. Fue una época de gran soledad, ya que en Rangún apenas vivía un puñado de europeos procedentes de Portugal o Francia. La pareja anhelaba la oportunidad de iniciar su labor misionera, pero ambos sabían que era imposible si no hablaban el idioma.
 
Publicada por Editorial Jucum, la obra asimismo bucea en los episodios felices de Adoniram y Ann en Birmania. Uno de ellos, quizás el más elocuente, es el que nos remite a la confección del primer texto cristiano en lengua birmana. Dicho material, tiempo más tarde, se convertiría en la única traducción de la Biblia al idioma birmano.
 
Llevó algún tiempo, pero finalmente el matrimonio Judson redactó un tratado de siete páginas que a su juicio explicaba el Evangelio en una manera inteligible para los birmanos. El tratado concluía con la fecha, tanto en el calendario inglés como en el birmano, en la que fue terminado: "este tratado fue finalizado en el año 1816 del Señor Jesucristo. Y en el año birmano 1178... Con todo nuestro deseo de que el lector sea iluminado. Amén".
 
El punto más intenso de la obra de los Benge aborda los desencuentros sufridos por Judson en su misión cristianizadora del pueblo birmano. Allí se puede leer, la audiencia real realizada el 26 de enero de 1820 en la que el rey Badyidaw mostró su desagrado ante la presencia de la fe evangélica en sus dominios.
 
Adoniram rebuscó en uno de los bolsillos de su túnica y sacó uno de sus tratados para entregárselo al rey, quien leyó las primeras palabras y lo dejó caer al suelo. Adoniram sintió que un escalofrío recorría todo su cuerpo. Aquella no era una buena señal. El rey miró a los dos misioneros; Adoniram no sabía qué decir. Afortunadamente, el cortesano que tenía las seis Biblias se puso de rodillas y ofreció el regalo al rey.
 
"Llévenselos de aquí", dijo el rey Bagyidaw. "En mi reino no hay lugar para libros religiosos extranjeros". Después de todo esto se levantó y abandonó la sala.
 
EL RECONOCIMIENTO
 
El tramo final de Odisea en Birmania, igual que el resto del texto, no deja de ser fuerte y potente. Los últimos capítulos están repletos de los días más difíciles de la vida del personaje principal, fallecido el 12 de abril de 1850, y dan cuentan de las turbulencia que debió soportar por tratar de difundir la Palabra del Señor Jesucristo.
 
El temor se apoderó de Adoniram. Aquella frase equivalía a ser arrestado. El grupo de Caras Manchadas se abalanzó sobre él, arrojándole contra el suelo. Adoniram sintió como le rodeaban los brazos -por encima de los codos- con una cuerda delgada, que apretaron de un tirón. De su boca escapó un gemido de dolor causado por el corte que produjo la cuerda. La sangre comenzó a filtrarse por las mangas de la camisa.
 
El epílogo se lee con placer y satisfacción por el emotivo giro que toma la historia. Adoniram y Ann, después de tantas contrariedades, ven que sus esfuerzos no resultaron en vano y se regocijan de cómo de la grandeza de Dios se les manifiesta por intermedio de un panorama más favorable en suelo birmano.
 
Adoniram se encontraba ahora en libertad y Ann no estaba más bajo sospecha. Había llegado el momento de devolver la traducción. Adoniram apenas podía dar crédito a lo ocurrido, pero era cierto. Maung Ing tenía las valiosas páginas en sus manos. Los Judson dedicaron los días siguientes a intentar localizar al reducido grupo de cristianos que quedó en Rangún tras su marcha a Ava.
 
La historia termina narrando la forma en que Adoniram Judson alcanza el reconocimiento y gratitud del pueblo de Cristo. Un cierre que no hace más que revalidar la vida de un hombre ejemplar que alcanzó la notoriedad por su irresistible e inquebrantable dedicación y sacrificio en la evangelización de Birmania alrededor de 40 años.
 
Los ojos de Adoniram se llenaron de lágrimas al escuchar los vítores y aclamaciones de la multitud. Lejos de ser una figura olvidada en la historia, Adoniram -al igual que el resto de los primeros misioneros estadounidenses a tierras extranjeras- era un héroe. Era gratificante saber que la gente le tenía en tan alta estima, aunque él no se consideraba un héroe. Lo único que había hecho era obedecer el llamamiento de Dios para su vida


Fuente: Impacto Evangelistico

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