E. M. Bounds
Si algunos cristianos que se quejan de sus ministros hablaran e
hicieran menos ante los hombres y se aplicaran con todas sus fuerzas a
clamar a Dios por sus ministros -despertando y conmoviendo al cielo con
sus oraciones humildes, constantes y fervorosas- habrían podido hacer
mucho más para encaminarlos por el éxito.
De alguna manera, la práctica de orar particularmente por el
predicador, ha caído en desuso o quedado descartada. Ocasionalmente
hemos oído censurar esta práctica como un desprestigio para el
ministerio, tomándose como una declaración pública de ineficiencia de
los ministros por parte de quienes la hacen.
La oración, para el predicador, no es simple deber de su profesión, o
un privilegio, sino una necesidad. El aire no es más necesario a los
pulmones que la oración al predicador. Es absolutamente indispensable
para el predicador orar. Pero también es de absoluta necesidad orar por
el predicador. Estas dos proposiciones están ligadas por una unión en la
que no puede existir ningún divorcio. Este deberá orar cuanto pueda y
procurará que se ore por él cuanto se pueda para enfrentarse con su
tremenda responsabilidad y obtener en esta gran obra el éxito más grande
y real. El verdadero predicador, además de que cultiva en sí mismo el
espíritu y la práctica de la oración en su forma más intensa, ambiciona
con anhelo las oraciones del pueblo de Dios.
Cuanto más santo es un hombre tanto más estima la oración. La salvación
nunca encuentra su camino en un corazón sin oración. El Espíritu Santo
no habita en un espíritu sin oración. La predicación nunca edifica a un
alma que no ora. Cristo desconoce a los cristianos que no oran. El
Evangelio no puede ser proyectado por un predicador sin oración. Las
cualidades, los talentos, la educación, la elocuencia, el llamamiento de
Dios, no pueden disminuir la demanda de oración, sino solo intensificar
la necesidad de que el predicador ore. Cuanto más consciente sea el
predicador de la naturaleza, responsabilidades y dificultades de su
trabajo tanto más verá, y, si es un verdadero predicador, tanto más
sentirá la necesidad de orar.
Pablo es una ilustración de lo que acabamos de expresar. Si alguien
pudo difundir el Evangelio por la eficacia del poder personal, por la
fuerza intelectual, por la cultura, por la gracia que le había sido
conferida, por la comisión apostólica de Dios, por su extraordinario
llamamiento, ese hombre fue Pablo. En él tenemos un ejemplo eminente de
que el verdadero predicador apostólico ha de ser un hombre dado a la
oración y ha de contar con las oraciones de personas piadosas que den a
su ministerio un complemento de intercesión. En el reino espiritual como
en cualquiera de otra naturaleza, la unión hace la fuerza; que la
concentración y reunión de fe, deseo y oración aumentan el volumen de
fuerza espiritual hasta hacerla preponderante e irresistible en su
poder.
Las unidades combinadas en la oración, como las gotas de agua,
constituyen un océano que desafía toda resistencia. Por eso, Pablo con
su clara y completa comprensión de la dinámica espiritual, determinó
hacer su ministerio tan grandioso, eterno y avasallador como el océano,
por captar todas las unidades dispersas de oración y precipitarlas sobre
su ministerio. La solución de la preminencia de Pablo en trabajos y
resultados y su influencia sobre la Iglesia y el mundo. A sus hermanos
en Roma escribió: "Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo
y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios"
(Romanos 15:30).A los efesios, dice: "Orando en todo tiempo con toda
oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda
perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin deque al
abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el
misterio del Evangelio" (Efesios 6:18, 19).
A los colosenses él enfatiza: "Orando también al mismo tiempo por
nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la Palabra, a fin de
dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso,
para que lo manifieste como debo hablar"(Colosenses 4:3, 4).A los
tesalonicenses les dijo fuerte y severamente:"Hermanos, orad por
nosotros"(1 Tesalonicenses 5:25). Llama en su auxilio a la Iglesia de
Corinto con las palabras: "Cooperando también vosotros a favor nuestro
con la oración" (2 Corintios 1:11).
En otra recomendación final a la Iglesia de Tesalónica acerca de la
necesidad e importancia de sus oraciones, dice: "Por lo demás, hermanos,
orad por nosotros, para que la Palabra del Señor corra y sea
glorificada, así como lo fue entre vosotros; y para que seamos librados
de hombres perversos y malos" (2 Tesalonicenses 3:1, 2). Procura que los
filipenses comprendan que todas sus pruebas y tribulaciones puedan
tornarse en bien para la extensión del Evangelio por la eficacia de las
oraciones en su favor. A Filemón le pide prepararle alojamiento porque
espera que en respuesta a sus oraciones sea su huésped.
La actitud de Pablo en esta ocasión ilustra su humildad y su profundo
conocimiento de las fuerzas espirituales que proyectan el Evangelio.
Pablo confió su éxito a las oraciones de los santos de Dios, cuánto
mayor es la necesidad actual de que las plegarias de los fieles estén
centralizadas en el ministerio de hoy día.
Pablo escribió cartas a todas partes, pidiendo que oraran por él.
¿Oramos por nuestros predicadores? ¿Oramos por ellos en secreto? Las
oraciones públicas son de poco valor si no están fundadas o seguidas por
oraciones privadas. Los que oran son para el predicador lo que Aarón
fue para Moisés. Sostienen sus manos y deciden la batalla que ruge
airada a su derredor.
El empeño y propósito de los apóstoles fue poner a la Iglesia en
oración. No descuidaron la gracia de dar gozosamente. No olvidaron el
lugar de la actividad y el trabajo que ocupaban en la vida espiritual;
pero ninguno ni todo éstos; por la estimación e importancia que les
dieron los apóstoles, pudieron compararse en necesidad y urgencia con la
oración. Usaron los ruegos más grandes y perentorios, las exhortaciones
más fervientes, las palabras más elocuentes y de mayor alcance para
hacer valer la obligación y la necesidad apremiante de la oración.
"Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar" (1 Timoteo 2:8), es
la demanda del esfuerzo apostólico y la clave de su éxito. Jesucristo
mostró el mismo empeño en los días de su ministerio personal. Cuando fue
movido por compasión infinita ante los campos de la tierra listos para
la siega que perecían por la falta de trabajadores -haciendo una pausa
en su propia oración- trata de despertar la embotada sensibilidad de sus
discípulos al deber de la oración, dándoles este encargo: "Rogad, pues,
al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies"(Mateo 9:38). "También
les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no
desmayar" (Lucas 18:1)
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