Simón de Cirene regresaba del campo cuando, al entrar en Jerusalén, se cruzó con una tropa muy especial conducida por los soldados. Tres condenados, dos de los cuales eran malhechores, cargaban cada uno con una cruz. Pero, ¿quién era el tercero? Era Jesús, condenado injustamente; mas había aceptado esa condena como víctima voluntaria por obediencia a Dios.
Simón regresaba tranquilamente a su casa cuando unos soldados lo detuvieron y lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. De esta manera pudo seguir el cortejo y oír a Jesús hablar a las mujeres que le seguían llorando. Al volver a casa, ¿cómo contaría Simón lo que le había sucedido? Alejandro y Rufo, posiblemente sus hijos, quedaron impresionados, pues más tarde fueron contados entre los discípulos del Señor (Marcos 15:21; Romanos 16:13).
Un centurión romano estaba en el Calvario vigilando el innoble trabajo de sus soldados. Las horas pasaban mientras la gente insultaba a Aquel que estaba crucificado en medio de los dos malhechores. Un letrero lo designaba como «el rey de los judíos». Las palabras que pronunció desde la cruz, la oscuridad repentina, el clamor de Jesús diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46), y luego el terremoto, causaron una gran impresión en el jefe militar, quien declaró: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:39).
Fuente: Amen-amen
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