Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. – 1 Corintios 10:13.
Mas (Dios) conoce mi camino; me probará, y saldré como oro. – Job 23:10.
Después de un duelo especialmente doloroso, una pregunta punzante dominaba mis pensamientos: ¿Por qué me ocurre esto a mí? ¿Quiere Dios castigarme? Un amigo creyente me dio la clave que me liberó de mi angustia y de mis preguntas, diciéndome:
–Hace cerca de dos mil años, Jesucristo crucificado exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Así Jesucristo cargó con el castigo que merecían mis pecados. Fue desamparado para que yo no lo fuera nunca. Dios castigó a su Hijo en mi lugar. Por eso Él me perdona y me da la vida eterna. ¿Cómo podría dudar de su amor?
Mi amigo también me enseñó a no decir: «¿Por qué?», sino «¿Para qué?», para preguntar a Dios cuál es su meta al permitir este sufrimiento. “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Isaías 48:10), Dios es como un orfebre, quien funde el oro en el crisol, ajustando la temperatura hasta que toda impureza sea quitada. Él espera pacientemente hasta que el metal tenga una superficie tan lisa que pueda reflejar su rostro en ella. Sólo entonces el artesano puede labrar el oro puro para hacer una joya.
Este es el «para qué» de esa prueba dolorosa que Dios permitió, después de haberme dado la vida eterna; ese trabajo era necesario para darme una forma que fuera para la honra de mi Salvador y Señor.
Fuente:amen-amen
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