El sol, la naturaleza y las montañas te invitan a dejar tu mundo y comenzar, aunque sea por unos pocos días, una nueva vida
IÑIGO MANEIRO
De alguna manera me pasó a mí. En el 2007 me fui de Lima a vivir un año a Urubamba. Mi hija tenía entonces tres años y recorrimos muchos de los lugares de su valle y de sus partes altas. Trabajaba en una cadena de hoteles pero además, criábamos cuyes, nos íbamos a las fiestas de los campesinos, recorríamos mercados, hacíamos campamentos y pude conocer las que quizá sean las mejores rutas para bicicleta de montaña y canotaje que haya en el Perú.
El Valle Sagrado, con el Cusco, forman el ombligo del universo inca. Su clima, la calidad de su tierra, el río Urubamba, que lo cruza a lo largo de 100 kilómetros, y la altitud crearon las condiciones para que este valle, verde y protegido por la cordillera Vilcanota, fuese la despensa alimentaria y el lugar de descanso de la corte incaica. En él se concentran pisos ecológicos diversos, desde los nevados sagrados, hasta los valles rodeados de vegetación y maíz, que toman colores y formas diferentes según la época del año, aunque siempre con un intenso azul del cielo. También fue un sitio de tránsito entre las partes altas del departamento y la selva que se encuentra kilómetros más abajo. Es por todo ello que en este lugar se encuentra la mayor concentración de sitios arqueológicos del Perú, hay más de 350 lugares, algunos monumentales y otros más escondidos como las pinturas rupestres de Chahuaytire, en las alturas de Písac. Quizá, la máxima representación de ese tránsito sea el Camino Inca que durante días recorre cerros, valles y bosques hasta llegar a la Puerta del Sol, y observar, desde ahí, uno de los ecosistemas más particulares del mundo, el hábitat del gallito de las rocas y el oso de anteojos, el bosque de nubes, que sostiene entre sus árboles y musgos la ciudadela de Machu Picchu.
El Valle Sagrado es uno de los lugares más cosmopolitas y generosos del Perú. En él viven nacionales y extranjeros dedicados a los cultivos, la medicina natural, el turismo, el trabajo con las comunidades, la gastronomía o la aventura. Antes y ahora se celebran fiestas cargadas de algarabía y solemnidad, donde se funden antiguas tradiciones de culto a la pachamama, los astros y al agua, con ritos y costumbres de la religión católica. Cuando vivía en Urubamba me sorprendía que no hubiese un día en el que no me encontrase con una procesión, un grupo de danzantes o una virgen en andas.
El Valle Sagrado es también uno de los principales destinos para las experiencias al aire libre. El río Vilcanota ofrece prácticas de canotaje, desde el cañón de Chuquicahuana hasta Ollantaytambo. Las rutas de Maras y Moray se recorren caminando, a caballo o en bicicleta. El valle marcó una especie de transición personal. Se llevó algunas cosas de mí y me dio experiencias nuevas y gratificantes. Por eso regreso siempre, simplemente a recorrerlo.
Fuente: EL COMERCIO
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