Conoció primero la violencia antes que la paz. Tuvo una existencia de sufrimientos y pesares. Atrapada por el demonio asesinó a su pareja y acabó en prisión. La vida de Teresa Cuaresma es una lección de cómo el Señor logra rescatar del pecado a las almas más atormentadas.
Lo vio dormido sobre la cama que compartían. Contempló el inerte cuerpo. Agarró una comba y lo golpeó en la cabeza con rabia varias veces, innumerables… hasta verlo morir. Luego, cogió un poco de diluyente de pintura, con la idea de limpiarse las manos manchadas de sangre y corrió hacia la calle y transitó sin rumbo. Después de un tiempo del que no recuerda nada, dice que apareció en la sala de recuperación del hospital limeño Casimiro Ulloa. Allí, mientras tomaba conciencia de los hechos, le confesó a la policía lo ocurrido y empezó su largo camino por la senda del perdón.
Teresa Cuaresma Llamoca nunca imaginó cometer un feroz crimen que conmocionaría a la sociedad peruana en los inicios del presente siglo. Sin embargo, el resentimiento y la frustración acumulados en su corazón desde su infancia, además de una posesión demoniaca, la empujaron a terminar con la vida del hombre con quien convivía y terminó recluida en el Penal de Mujeres de Chorrillos, en Lima. “El odio pudo más que yo. El diablo aprovechó mis problemas para apoderarse de mí y terminé matando a mi pareja”, recuerda.
Sobre su crimen, revela que aconteció un temprano amanecer del 11 de mayo de 2000. Ese día despertó al lado de su pareja con un gran sentimiento de venganza y odio. “Me sentía confundida y perturbada. No sabía qué hacer y pensaba que nunca iba a ser feliz por todos los problemas que tenía”. Dice que en esos instantes de confusión e incertidumbre, que fueron aterradores como un fuerte temblor, una voz surgida de un rincón de su habitación la incitó a acabar con su vida y con la vida del hombre que yacía durmiendo a su lado. También afirma que esa voz, de timbre grave y satánico, utilizó sutilmente palabras que la convencieron.
Encuentro con la muerte
Entonces fue que ocurrió todo. Teresa, de físico frágil y endeble, sintió una influencia sobrenatural e inexplicable que controló su cuerpo y nubló la mente. “Fue como si alguien me llevara por donde yo no quería. Estaba consciente, podía observar todo, pero fue como si la que estuvo allí no hubiera sido yo. Salí a la habitación contigua donde yo sabía que había una caja de herramientas. Cogí una comba grande y regresé a mi dormitorio. Allí miré a mi esposo y lo ataqué sin piedad hasta verlo morir. Después tomé veneno y me lavé las manos y salí corriendo a la calle”, narra.
Posteriormente, tras dejar el hospital y convertirse en portada de los principales diarios sensacionalista del Perú, Cuaresma Llamoca se enfrentó a la justicia y recibió una condena de 10 años de cárcel por el asesinato de su esposo. Recién en ese instante, encerrada entre cuatro paredes, su existencia cambiaría gracias a que descubrió la misericordia del Creador. Con un gesto de alegría pintado en su rostro, rememora que: “si no hubiera entrado al penal de Chorrillos no hubiera escuchado la Palabra de Dios y ya no estaría viva. Cuando conocí al Señor Jesucristo empecé a entender todo sobre el horrendo pecado que había cometido. Desperté de esa pesadilla y entendí que había sido producto de la aterradora existencia que viví desde muy niña”.
Hija de la violencia
Teresa no miente. Natural del departamento andino de Ayacucho, epicentro de la violencia terrorista durante la década de los ochenta, ella se crió en un hábitat turbulento como un río caudaloso. Creció en medio de un baño de sangre y dolor producido por las huestes de Sendero Luminoso, fue testigo del accionar impune de un padre maltratador y se convirtió en hija de la furia. Sin Dios al lado, sin fe que compartir y sin esperanzas de una vida mejor, confiesa que: “allá pasé los peores años de mi existencia. Miré en silencio como mi padre masacraba a golpes a mi madre y me acostumbré a esa situación como si fuera algo normal”.
El resultado de aquel mundo convulso se desprendió como un fruto maduro: una severa y profunda depresión. Un síndrome que, caracterizado por una tristeza profunda, abatimiento y disminución de las funciones psíquicas, la aquejó en silencio durante mucho tiempo sin que ella supiera con exactitud lo que le pasaba y la dejó a las puertas de la muerte. “Vivía perturbada, traumada y me sentía muy vacía –rememora-. No tenía paz en mi corazón. Ver tanta violencia en mi niñez me desequilibró. Y fue tanta mi perturbación psicológica que llegué incluso a pensar en suicidarme a los ocho años. Para colmo de males, A Dios, en esos tiempos, lo veía muy lejano y sólo lo tenía presente cuando me hacia la señal de la cruz”.
Tras una infancia, feroz como un campo de batalla, Teresa arribó a la capital del Perú a la edad de dieciséis años. Su única intención era encontrar la protección y el cariño que nunca tuvo. Y tan pronto como pisó las calles de Lima, a mediados de 1992, ese deseo se hizo realidad. Un hombre que le doblaba la edad, cortes pero rudo a la vez, la enamoró y captó su atención hasta lograr atraparla en una telaraña de pasiones contradictorias. Al tiempo, de esa unión, nació un niño y un sinfín de maltratos físicos y emocionales que devastaron su alicaída esperanza y que ella recuerda así: “fue como volver a Ayacucho. Lo único que cambió es que quien recibía los golpes era yo y no mi madre”.
Luego, una vez que pudo volver a huir de las palizas y los agravios, Cuaresma trató de rehacer su vida pero fue protagonista de una película ya vista por ella: mujer golpeada. Con un niño a cuestas, y de espaldas a Cristo, fue engatusada con rapidez por otro hombre violento y fue sometida a engrosar la cifra de 20% de mujeres que, alrededor del mundo, son maltratadas por sus maridos o ex parejas. Entonces, según cuenta a Impacto Evangelístico, la dosis de crueldades se vigorizó y su día a día fue una suma de puñetes, bofetadas, patadas, gritos, amenazas e infidelidades alevosas y crueles. Fue en esas circunstancias que, harta de tantas agresiones, tomó la decisión de eliminar a su pareja y se manchó las manos de pecado.
El milagro del Señor
Ya en prisión, Teresa Cuaresma encontró el amor del Padre Eterno y su existencia, por fin, se enrumbó en dirección a los caminos de paz y amor que provee el Evangelio. Asimismo, el Señor obró de gran forma con ella y su paso por la cárcel de mujeres de Lima, en virtud a su buen comportamiento, se acortó a tres años y quedó libre el 15 de junio de 2003. En todo ese tiempo su fe se incrementó y su testimonio también sirvió para que otras mujeres, presas como ella, hallaran en el trabajo del Movimiento Misionero Mundial una fuente de esperanza y salvación. “Encontrar a Dios en esas circunstancias fue un gran milagro para mí. Él, con su amor, me ayudó a soportarlo todo”, señala.
En la actualidad, Teresa sirve a Cristo como se lo prometió cuando escuchó su verbo revelador en la cárcel. Junto a su esposo, Roberto Saravia, congregan en el distrito limeño de Villa María del Triunfo. Madre además de los pequeños Jair y María, e integrante del MMM, Cuaresma recorre a pie el sur de Lima y repite sin descanso su historia y es prueba del Poder del Señor. Portando una Biblia, plena de felicidad, esta mujer nacida el 22 de octubre de 1976, sentencia que: “solo Jesucristo es capaz de cambiar la vida de cualquier ser humano. Él es el único que puede resolver cualquier problema. Su amor es tan inmenso que todo lo puede”.
FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO
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