Rev. Luis M. Ortiz
En el libro del profeta Jeremías 18:6, leemos: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová.
He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel”.
EL ALFARERO CELESTIAL Y TRES VASIJAS ESPECIALES
En Jeremías 18:1-6, leemos: “Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? Dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel”.
Antes de considerar este pasaje, notemos el lugar tan prominente que ocupa la Palabra de Dios en el mismo. Fue por palabra de Dios que Jeremías fue a casa del alfarero. Una vez en el taller del alfarero recibió el mensaje de la palabra de Dios, mensaje que luego comunicó al pueblo. Jeremías es enviado a la casa, o al taller del alfarero, no a predicar un sermón, sino a recibir uno de parte de Dios, a través del alfarero en su taller, para que luego lo predicara al pueblo.
Aquí hay un mensaje especial para el pueblo de Israel en aquel tiempo, y en nuestro tiempo, pero en esta ocasión queremos ocuparnos del Alfarero celestial y tres vasijas especiales. El Alfarero Celestial es Dios. El taller del Alfarero es esta Tierra, la cual vino a ser como su taller, pues el Alfarero Celestial trabajó con barro, y “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Ésta es la primera vasija.
LA PRIMERA VASIJA
Jeremías notó en el taller del alfarero que la primera vasija “se echó a perder”. Es interesante notar que no fue por error de parte del alfarero, sino en la naturaleza del mismo barro. Y esta primera vasija de barro, que hizo el Alfarero celestial, o sea, el primer Adán, se echó a perder. Desobedeciendo a Dios, pecó contra Él y se alejó de Dios. Pecó contra su espíritu, y éste murió, pues quedó separado de Dios. Pecó contra su alma, y ésta se corrompió en vicios y pecados. Pecó contra su cuerpo y éste enfermó hasta volver al polvo. Pecó contra su posteridad, pues “el pecado entró en el mundo por un hombre... así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12), “y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Pero el profeta, también ve que el alfarero “hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”. Esto es, esta segunda vasija, el alfarero la hizo mucho mejor. De igual modo, “cuando vino el cumplimiento del tiempo”, el Alfarero celestial volvió a bregar con el barro de la naturaleza humana, y “la virgen concebirá, y dará a la luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14), y “envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4:4).
LA SEGUNDA VASIJA
Este es el postrer Adán, o sea, la segunda vasija, la cual ciertamente quedó perfecta, maravillosamente perfecta. ¡Él es Admirable! “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). “En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16). “Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9). “No conoció pecado” (2 Corintios 5:21). “Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26).
Y así como el enemigo atacó y logró echar a perder la primera vasija, el primer Adán, aún con mayor fuerza atacó y trató de dañar y echar a perder esta segunda vasija, el postrer Adán, nuestro Señor Jesucristo, por medio de la muerte prematura, la tentación, la persecución, el insulto, la acusación falsa; fue crucificado, y allá en la cruz, “despojando a los principados y a las potestades (a Satanás y su poderío), los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15).
La segunda vasija, nuestro Señor Jesucristo, triunfó cabalmente y decretó el eterno confinamiento del enemigo en el lago de fuego y azufre. Pero en el pasaje del profeta Jeremías hay una vasija: Dios dice: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero…? Dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano de alfarero, así sois vosotros en mi mano” (Jeremías 18:6). La primera vasija Adán es básicamente barro con el soplo del Espíritu de Dios, o sea la naturaleza humana con el aliento de vida de Dios. La segunda vasija, el postrer Adán, Cristo, es básicamente la Divinidad concebida en el barro por la obra del Espíritu Santo, o sea, la plenitud de la Divinidad, habitando corporalmente en la naturaleza humana (Colosenses 2:9).
LA TERCERA VASIJA
La tercera vasija que Dios hace es básicamente la presencia de la naturaleza Divina en el barro, que el apóstol Pedro le llama “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). En la naturaleza humana se produce por un acto de engendro de Dios (Juan 1:13), y el resultado es un nuevo nacimiento, “nacido del Espíritu” de Dios (Juan 3:1- 8), “nacido de Dios” (1 Juan 5:1), “renacidos… por la Palabra de Dios” (1 Pedro 1:23), y “hechos hijos de Dios” (Juan 1:12; 1 Juan 3:1-2) y recibe la vida eterna (Juan 3:16) por el cual “nueva criatura es (o nueva creación); las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Esta “participación de la naturaleza divina” en la naturaleza humana, o sea, esta regeneración, esta transformación, este nuevo nacimiento, esta criatura, es característica única del verdadero Evangelio de Jesucristo.
En las religiones paganas, o pseudos-cristianas, no se produce un cambio, una transformación, un nuevo nacimiento, las cosas viejas no pasan y nada es hecho nuevo. El verdadero Evangelio es el único que reconoce la naturaleza caída y corrompida del hombre y la regenera, la transforma y le imparte la vida de Dios, la vida eterna. Esta es la necesidad básica, temporal y eterna del ser humano; es una necesidad urgente del alma. ¡Ser transformado, recibir la vida de Dios!
Coloquémonos en las manos del Señor como el barro en las manos del alfarero para que el Señor nos transforme. Él nos pueda hacer una nueva criatura, darnos vida eterna, y hacernos una vasija de “honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).
Rinde tu vida al Señor, para que seas un vaso útil en sus manos, alcanzando también a otros con su favor
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