Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. – Romanos 5:10.
Jesús enseñaba la Palabra de Dios en el templo de Jerusalén, cuando
llegaron unos jefes religiosos trayendo una mujer sorprendida en
adulterio. La presentaron ante Jesús, denunciaron su falta y le
preguntaron qué se debía hacer. Lo que buscaban no era la justicia, sino
tender una trampa a Jesús. Si él proponía que se hiciese clemencia,
estaría en conflicto con la ley, pero si aprobaba la lapidación
prescrita por la ley de Moisés, estaría en contradicción con su propio
mensaje de gracia.
En vez de responder, Jesús se agachó y escribió con el dedo en la
tierra. Después se levantó y dijo algo que dejó sin palabras a todos:
“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella”. Los acusadores se vieron súbitamente ante el tribunal de
su propia conciencia. Uno tras otro se retiraron confundidos.
Sólo la mujer permaneció en la presencia de Jesús. Para sus acusadores,
ella no tenía derecho a hablar, pero Jesús le concedió la palabra. Él
no aprobaba lo que ella había hecho, pero anticipando los resultados de
su muerte en la cruz, no la condenó y la animó a no volver a pecar. Le
abrió el camino de la liberación del dominio del pecado.
Cuando soy consciente de una falta que he cometido, ¿huyo de la
presencia de Jesús o escucho su Palabra, que me dice: “Ni yo te condeno;
vete, y no peques más”. Jesús sufrió en mi lugar la condenación que yo
merecía.
Fuente:amen-amen.net
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