Guarda silencio ante el Señor, y espera en él. – Salmo 37:7.
En el centro de un huracán existe una zona de calma y paz, un rincón de
cielo azul llamada «ojo». Cuando la tempestad causa estragos en nuestra
vida, “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en
las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea
removida… y tiemblen los montes a causa de su braveza… Estad quietos, y
conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:1-3, 10).
Una persona que estaba muy enferma y había perdido todas sus fuerzas,
decía: «Para apoyarme en algo sólido no necesito tener fuerzas; me apoyo
y ya. Me apoyo en el Señor, él es mi fuerza».
El Señor se acerca a quien no puede dormir debido a la ansiedad o a la
fiebre. Está junto al que se enfrenta solo a su enfermedad, a quien fue
abandonado por sus amigos, al que está sumido en el duelo y el
sufrimiento. Dios siempre está ahí para amarnos, tranquilizarnos y
darnos la paz, su paz. Se trata de una tranquilidad interior que ninguna
circunstancia de la vida, ni nada ni nadie pueden destruir.
Esta paz no impide que se derramen lágrimas, pero la fe hace que la
presencia de Dios sea efectiva. Él está a nuestro lado. Esta es una
certeza para quien conoce el gozo del perdón de sus pecados, posee una
buena conciencia y una verdadera relación con Dios. Es el ancla que
resiste a todas las tempestades, el fundamento de nuestra fe. Construir
sobre esta base significa confiar en Dios, buscar su comunión, leer su
Palabra, orar, ser agradecido…
Fuente: Amén- Amén.
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