viernes, 7 de septiembre de 2012

Dulce oración



 Himno cuyo origen, producido alrededor del siglo XIX, es un misterio. Cada estrofa delinea la fórmula del éxito en materia del diálogo que debe existir entre Dios y los hombres. Un clásico de las alabanzas.
De enigmático y misterioso origen, pero con un clarísimo y evidente mensaje, Dulce Oración es una canción que hace siglo y medio se instaló en la sensibilidad del mundo cristiano. Su historia puede muy bien graficar la mano inspiradora del Señor quien le regaló a la humanidad un canto que reivindica el poder de la oración como fuente de alivio, alegría y felicidad. Una composición que pone de manifiesto que la comunicación con Dios es imprescindible en el camino de la salvación.
 
La leyenda de este tema cuenta que Thomas Salmon, un pastor americano, conoció en Inglaterra en 1842 a un predicador ciego, llamado William W. Walford, quien acababa de terminar un poema sobre la oración en su mente. Entonces, como en un misterio sin resolver, este le preguntó a Salmon si podía escribirlo en un papel. Pese a que Salmon, tres años más tarde, logró publicar la oda en el diario estadounidense "New York Observer", jamás hasta el día de hoy se comprobó la existencia de algún seguidor de Cristo llamado William W. Walford.
 
En cualquier caso, la primera aparición de la canción en un libro de himnos, sólo con palabras, se produjo en 1859 en una edición de melodías evangélicas compilada por los autores Robert Turnbull y Thomas Hastings. Posteriormente, en 1861, el texto llegó a manos del compositor norteamericano William Bradbury Batchelder y alcanzó su formato definitivo con una bella y armónica melodía. De allí en más, como un diestro alpinista, "Dulce Oración" escaló hasta el techo de la popularidad y se revistió con la notoriedad.
 
Después, cuando logró renombre, el tema fue investigado por un sinfín de himnólogos. Sin embargo, pese a los denodados esfuerzos de los estudiosos que analizaron su origen, nadie pudo localizar en Inglaterra las huellas de su supuesto autor: el pastor invidente Walford. Apenas se recabaron vagas referencias y el enigma jamás fue resuelto. Pero eso no evitó que el himno siguiera moviéndose por el camino del prestigio y que, con el correr del tiempo, adquiriera talla mundial gracias a su masiva difusión en recopilaciones de música religiosa.
 
Con seguridad, como un viejo reloj suizo, "Dulce Oración" seguirá en el futuro marcando y recordando que el momento de orar al Todopoderoso es esencial para los creyentes de la fe evangélica. Cada una de sus estrofas, encadenadas con ternura, delinearán la fórmula del éxito en materia del diálogo que debe existir entre Dios y los hombres. Ya sea para ofrecer glorificaciones, hacer una petición o simplemente expresar los pensamientos o las emociones personales, un clamor, dulce como cita el himno.
 
Dulce Oración
 
1
 
Dulce oración, dulce oración,
de toda influencia mundanal
elevas tu mi corazón
al tierno Padre celestial.
¡Oh cuántas veces tuve en ti
auxilio en ruda tentación!
¡Y cuántos bienes recibí
mediante ti, dulce oración!
 
2
 
Dulce oración, dulce oración,
al trono excelso de bondad
tú llevarás mi petición
a Dios, que escucha con piedad.
Creyendo espero recibir
divina y plena bendición,
y que me ayudes a vivir
junto a mi Dios, dulce oración.
 
3
 
Dulce oración, dulce oración,
aliento y gozo al alma das;
en este valle de aflicción
consuelo siempre me serás.
Tan sólo el día cuando esté
con Cristo en la celeste Sión,
entonces me despediré
feliz, de ti, dulce oración.


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